Es curioso cómo todo lo que rodea al hecho de dejar una relación de pareja está perfectamente establecido. Hasta existen las fases del duelo y las normas en la separación. Sin embargo, esto no sucede cuando se acaba una amistad. Cuando esa persona que te entendía solo con mirarte a los ojos se va poco a poco de tu vida. O de golpe. En esa ruptura no existe un “lo dejamos, ya no puedo estar contigo”, no hay un día concreto en el que desaparece, ni se produce un adiós. Pero deja un hueco en tu vida igual de doloroso como el que puede dejar una pareja y muchas veces no somos capaces de gestionarlo.
Es indudable que por la vida pasan muchos más amigos que novios, en este caso nos referimos a aquellos que juegan un papel fundamental en algún momento de tu vida, no a esos con los que cae una caña de vez en cuando. También es indiscutible que no es lo mismo que se acabe una relación de pareja, con la que se supone que has construido un proyecto más o menos definido, que una amistad, que por muy fuerte que sea nunca será exactamente tu compañero de vida. El proceso es diferente, pero es significativo como las reglas sociales y sentimentales están más definidas para una ruptura que para otra.
Igual que vuestros caminos se juntaron un día, sin saber muy bien por qué, o tal vez siendo perfectamente conscientes de los motivos, ahora se separan. Pero cuando te preguntan por esa persona sin la cual antes te era casi imposible verte, no respondes: “hemos roto”. Se produce más bien un momento incómodo en el que no sabes muy bien qué contestar. A veces se puede resolver con un “bien, está bien”, pero otras sueltas directamente un “ya no nos hablamos”. Depende del día y del interlocutor, supongo.
En esos momentos sientes incluso un poco de vergüenza, piensas que tu interlocutor se lanzará a cotillear con otros sobre qué es lo que ha pasado entre los que un día fueron uña y carne. Tampoco es fácil interpretar qué pasó exactamente, así que, ¿para qué andarse con explicaciones? Esto también es una cosa de dos.
Puede haber mil motivos que lleven a un adiós. De facto que no de palabra. Un progresivo alejamiento, terceras personas, cambios inevitables… El caso es que dejas de reconocerte en esa persona en la que antes te sentías reflejada. Entristece enterarte de sus novedades por otros, echas de menos leer sus mensajes diarios, su regalo de cumpleaños perfectamente personalizado (nada de botes comunes), ver sus fotos en redes sociales sin ti, cruzarte y parecer desconocidos. Todos elementos que se pueden aplicar sin duda a una ruptura amorosa.
Entonces, ¿por qué no aplicamos a una separación de un amigo las mismas reglas que a una de una pareja? Tal vez asumimos sin querer que los amigos, aunque importantes, ocupan un escalafón inferior, que habrá muchos más que llegarán después, que si se ha ido de tu vida igual no era tan amigo. El caso es que son relaciones tan intensas que también te marcan igual que el novio más duradero.