domingo, 1 de mayo de 2016

Perder Una Amistad Puede Ser Tan Doloroso Como Romper Una Pareja

Es curioso cómo todo lo que rodea al hecho de dejar una relación de pareja está perfectamente establecido. Hasta existen las fases del duelo y las normas en la separación. Sin embargo, esto no sucede cuando se acaba una amistad. Cuando esa persona que te entendía solo con mirarte a los ojos se va poco a poco de tu vida. O de golpe. En esa ruptura no existe un “lo dejamos, ya no puedo estar contigo”, no hay un día concreto en el que desaparece, ni se produce un adiós. Pero deja un hueco en tu vida igual de doloroso como el que puede dejar una pareja y muchas veces no somos capaces de gestionarlo.

Es indudable que por la vida pasan muchos más amigos que novios, en este caso nos referimos a aquellos que juegan un papel fundamental en algún momento de tu vida, no a esos con los que cae una caña de vez en cuando. También es indiscutible que no es lo mismo que se acabe una relación de pareja, con la que se supone que has construido un proyecto más o menos definido, que una amistad, que por muy fuerte que sea nunca será exactamente tu compañero de vida. El proceso es diferente, pero es significativo como las reglas sociales y sentimentales están más definidas para una ruptura que para otra.


Igual que vuestros caminos se juntaron un día, sin saber muy bien por qué, o tal vez siendo perfectamente conscientes de los motivos, ahora se separan. Pero cuando te preguntan por esa persona sin la cual antes te era casi imposible verte, no respondes: “hemos roto”. Se produce más bien un momento incómodo en el que no sabes muy bien qué contestar. A veces se puede resolver con un “bien, está bien”, pero otras sueltas directamente un “ya no nos hablamos”. Depende del día y del interlocutor, supongo.

En esos momentos sientes incluso un poco de vergüenza, piensas que tu interlocutor se lanzará a cotillear con otros sobre qué es lo que ha pasado entre los que un día fueron uña y carne. Tampoco es fácil interpretar qué pasó exactamente, así que, ¿para qué andarse con explicaciones? Esto también es una cosa de dos.

Puede haber mil motivos que lleven a un adiós. De facto que no de palabra. Un progresivo alejamiento, terceras personas, cambios inevitables… El caso es que dejas de reconocerte en esa persona en la que antes te sentías reflejada. Entristece enterarte de sus novedades por otros, echas de menos leer sus mensajes diarios, su regalo de cumpleaños perfectamente personalizado (nada de botes comunes), ver sus fotos en redes sociales sin ti, cruzarte y parecer desconocidos. Todos elementos que se pueden aplicar sin duda a una ruptura amorosa.

Entonces, ¿por qué no aplicamos a una separación de un amigo las mismas reglas que a una de una pareja? Tal vez asumimos sin querer que los amigos, aunque importantes, ocupan un escalafón inferior, que habrá muchos más que llegarán después, que si se ha ido de tu vida igual no era tan amigo. El caso es que son relaciones tan intensas que también te marcan igual que el novio más duradero.

Las Madres, Esos Seres Mitológicos Con Grandes Poderes Paranormales

Recuerdo cuando una vez de pequeña, vi una escena de la película Manolito Gafotas en la que Adriana Ozores, en el papel de madre, se comía una salchicha que había caído al suelo mientras les cedía a sus hijos la suya en perfecto estado. Ahí es cuando empecé a ver, los pequeños gestos de una madre, que valen más que mil palabras. 



Una madre es aquella que puede preguntarte lo mismo ocho veces y sacarte de quicio pero a su vez, la que encuentre las llaves que ya tenías por perdidas por la casa. Primera prueba de que tienen poderes.

Una madre es capaz de estar media hora en Whatsapp escribiendo para acabar poniendo un simple “Ok. Besos” pero es la que sabe la medicina que te tienes que tomar porque es la única capaz de descifrar la letra del médico.

Cada vez que pierdas la paciencia porque no entienda como va el Facebook, recuerda que tú le avisabas a las 12 de la noche, que al día siguiente tenías que ir disfrazado de flor al cole y no solo te hacia el disfraz a última hora, sino que te conseguía la primavera entera.



Deseamos volar del nido pero luego en la soledad de nuestro hogar juvenil, nos damos cuenta de que esa cacerola que hemos tirado a la basura, dándola por pérdida, podría haber tenido una resurrección con algún secreto que solo sabe nuestra madre.

Esa madre que ha sido enfermera, sabiendo perfectamente todos los componentes de un medicamento y cual tenías que tomar. O solucionando todos los males con un “Ibuprofeno y agua”. La juez que nos decía “a mi me da igual lo que saque el resto. Lo que me interesa es lo que saques tú” cuando aparecíamos con un suspenso bajo el brazo y nos enseñaba el valor de no echarle la culpa al resto y aceptar nuestros errores. Y la que sí que le echaba la culpa al resto haciendo de abogada defensor cuando se metían con su churumbel. La madre psicóloga a modo práctica que soluciona todo con un consejo a la contra:

-Hija que te pasa

-Estoy triste

-Pues no lo estés
O…

-Hijo ¿qué te pasa?

-Me aburro

-Pues lee
La que se adelantaba a los acontecimientos con un “te vas a caer” o un “esa amiga no es buena para ti” y al final te curaba la herida y te escuchaba los lloros, cuando resultaba que tenía razón.




Esa madre que lo mismo te da un bofetón que te achucha cuando haces una gamberrada o le das un disgusto y la misma que nos enseñó que es el amor incondicional.

Porque da igual las veces que la cagues o lo disgustos que le des, que estará ahí siempre, dándote lo que tiene y desviviéndose por conseguirte lo que le falta, solo para ti y eso vale más que mil y que un millón de palabras.