Recuerdo cuando una vez de pequeña, vi una escena de la película Manolito Gafotas en la que Adriana Ozores, en el papel de madre, se comía una salchicha que había caído al suelo mientras les cedía a sus hijos la suya en perfecto estado. Ahí es cuando empecé a ver, los pequeños gestos de una madre, que valen más que mil palabras.
Una madre es aquella que puede preguntarte lo mismo ocho veces y sacarte de quicio pero a su vez, la que encuentre las llaves que ya tenías por perdidas por la casa. Primera prueba de que tienen poderes.
Una madre es capaz de estar media hora en Whatsapp escribiendo para acabar poniendo un simple “Ok. Besos” pero es la que sabe la medicina que te tienes que tomar porque es la única capaz de descifrar la letra del médico.
Cada vez que pierdas la paciencia porque no entienda como va el Facebook, recuerda que tú le avisabas a las 12 de la noche, que al día siguiente tenías que ir disfrazado de flor al cole y no solo te hacia el disfraz a última hora, sino que te conseguía la primavera entera.
Deseamos volar del nido pero luego en la soledad de nuestro hogar juvenil, nos damos cuenta de que esa cacerola que hemos tirado a la basura, dándola por pérdida, podría haber tenido una resurrección con algún secreto que solo sabe nuestra madre.
Esa madre que ha sido enfermera, sabiendo perfectamente todos los componentes de un medicamento y cual tenías que tomar. O solucionando todos los males con un “Ibuprofeno y agua”. La juez que nos decía “a mi me da igual lo que saque el resto. Lo que me interesa es lo que saques tú” cuando aparecíamos con un suspenso bajo el brazo y nos enseñaba el valor de no echarle la culpa al resto y aceptar nuestros errores. Y la que sí que le echaba la culpa al resto haciendo de abogada defensor cuando se metían con su churumbel. La madre psicóloga a modo práctica que soluciona todo con un consejo a la contra:
-Hija que te pasa
-Estoy triste
-Pues no lo estés
O…
-Hijo ¿qué te pasa?
-Me aburro
-Pues lee
La que se adelantaba a los acontecimientos con un “te vas a caer” o un “esa amiga no es buena para ti” y al final te curaba la herida y te escuchaba los lloros, cuando resultaba que tenía razón.
Esa madre que lo mismo te da un bofetón que te achucha cuando haces una gamberrada o le das un disgusto y la misma que nos enseñó que es el amor incondicional.
Porque da igual las veces que la cagues o lo disgustos que le des, que estará ahí siempre, dándote lo que tiene y desviviéndose por conseguirte lo que le falta, solo para ti y eso vale más que mil y que un millón de palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario