sábado, 23 de abril de 2016

Prefiero Decepcionarme Mil Veces Que No Ilusionarme Jamás

Sí, duelen las decepciones; vaya si duelen. Todos hemos pasado por alguna. De hecho, la decepción es una de las sensaciones más amargas de la vida, una especie de vacío estomacal que te deja el cuerpo descompuesto y la cara de bobo.

Puede ocurrir además en todos los campos. Una amiga a la que confiabas tus más inconfesables secretos, ese chico que no era, él no, como los demás; el colega de trabajo que parecía querer algo más que tu puesto. Todos tienen, sin embargo, algo en común. Confiabas en ellos. Habías establecido ese lazo invisible que une a quienes saben que pueden apoyarse en hombros recíprocos.


O eso creías. Porque esto de las decepciones va, sobre todo, de lo que tú creías y de lo equivocado que estabas. Es duro admitirlo, claro. Porque tú decidiste romper el muro, bajar las defensas, dejar de temer sufrir y todo, para nada. O eso parece.

Pero no es para nada, no. Si estás todavía con la hiel en los labios creerás que habría sido mejor no entregarte tanto, que tenías que haberlo pensado, que nunca te volverá a pasar porque nunca volverás a ser tan estúpido. No otra vez.

Pero no te engañes. La realidad es que los únicos incapaces de ilusionarse son los cínicos. Solo ellos no confían en otro, solo los cínicos no se decepcionan nunca. Porque la decepción es inherente a las relaciones. A veces juzgamos mal, vale. A veces de más, a veces de menos. A veces la decepción se debe a un engaño manifiesto, a la mentira premeditaba. Y otras, no.


Otras veces solo ocurre. Porque las personas cambian, porque habías esperado más del otro sin realmente tener motivos, porque decidiste apostar cuando no tenías más que un farol. Pero, ¿y la de veces que ha salido bien, eh?

Todas esas veces que te has sentido acompañado por ser capaz de hablar, de contar, de confiar. Toda la emoción de aquella aventura. Y todas las risas del durante. Ahora te parecen el recuerdo amargo de un mal sueño. Pero fueron reales. Tan reales como este sinsabor. Y sobre todo, volverán a ser reales.

Mientras, hay una serie de técnicas budistas que ayudan a pasar el trago. La primera norma es “déjalo salir”. No te niegues que estás decepcionado. Para poder superar sin resquemor la amargura es importante no habérsela negado antes. Después, sí, has de tomar algo de perspectiva. Sentir la emoción, aunque sea negativa, no quiere decir quedarse a vivir en ese sinsabor, sino aprender a tomar cierta distancia.

Y al final incluso aceptarás que la decepción es una parte más de la vida. No podemos predecir ni prevenir todo. No podemos predecir el desamor, el engaño. Y eso nos hace humanos, nos hace estar vivos, creer en que las cosas merecen la pena. Porque, muy a menudo, las merecen. No les des la razón. Confía.

El Veneno Que Provoca La Falta De Deseo Sexual Y El Antídoto Para Recuperarlo

“No, cariño, que estoy cansada”, “para, para, que me duele la cabeza”, “ay no, que no me apetece”… Son excusas habituales para escaquearse del sexo cuando la pareja da muestras de que tiene ganas y nosotros lo único que tenemos en la cabeza es la reunión de mañana o el examen del jueves. Cuando esto es recurrente, podemos creer que ya no hay sentimientos o que la relación está en decadencia. Sin embargo la razón puede ser simple y llanamente ese veneno mortal de la sociedad actual que es el ESTRÉS.

A lo mejor tenemos mucho que estudiar o un gran volumen de trabajo y si no lo sabemos gestionar, nuestro cuerpo desencadena un mecanismo biológico de supervivencia que en realidad está destinado para salvarnos de un depredador. Cuando se activa este sistema de alerta, que es el estrés, aumenta la producción de adrenalina para que tengamos más energía, la sangre fluye en mayor proporción a los músculos para que podamos correr, el corazón late más rápido, las pupilas se dilatan para que podamos ver mejor, etc.



Pero claro, si esto, que nos ha permitido sobrevivir como especie, se mantiene a largo plazo, se convierte en crónico y produce un desgaste enorme para el cuerpo. El problema es que hoy en día nuestro depredador puede ser llegar tarde a una cita o estar atrapados en un atasco. Así que estamos utilizando un recurso que tiene nuestro cuerpo para situaciones extremas y muy puntuales, en situaciones del día a día.

El estrés contra el sexo

¿Y qué ocurre con el sexo? Cuando el cuerpo está enfocado en ‘sobrevivir’, el sexo no es una prioridad para él, así que disminuyen los niveles de testosterona, que es la hormona responsable del deseo sexual tanto en mujeres como en hombres. También disminuye la serotonina, que es el principal equilibrador del humor y fundamental para mantener la líbido. Su bajada provoca apatía, irritabilidad e incluso depresión. Por lo tanto, tampoco tenemos el mejor estado de ánimo para la relación sexual.

Si parecía poco, a nivel cerebral, el transmisor químico del deseo, que es la dopamina, también se altera en estados de estrés. Suele aumentar en una primera etapa, pero en caso de estrés crónico lleva al agotamiento. Muchas veces esta falta de dopamina se relaciona con problemas de parejas en las que no hay comunicación y se buscan excusas como dolores de cabeza o cansancio para evitar el sexo.


El sexo contra el estrés

Pero no vamos a perder de vista que, paradógicamente, el sexo también funciona como uno de los mejores antídotos contra el estrés. Piensa que todo ese exceso de energía que tu cuerpo genera para que huyas de un león, pero que en realidad tú no vas a usar porque lo único que tienes es un examen, la puedes evacuar a través del sexo y eso te ayuda a relajarte. Una buena vida sexual contribuye a mejorar el estado de ánimo y a mantener el buen humor

Una gran verdad es que el sexo cuanto menos se practica menos apetece. Por lo tanto, aunque tengamos una vida muy estresante, creamos que nos falta tiempo y parezca que nunca es un buen momento, hay que crearlo, buscarlo y hacerlo, porque el sexo es el único antídoto contra la falta de sexo

Cómo Callar Esa Voz En Tu Cabeza Que Te Dice Que Eres Una Mierda

Habrás oído muchas veces expresiones como “tienes baja autoestima” o “te falta autoestima” y seguro que lo has asumido, lo has hecho tuyo, pero si te preguntara en qué consiste exactamente tener poca autoestima, ¿sabrías contestar?

La autoestima es el amor que nos tenemos a nosotros mismos, hasta ahí llegamos todos. Pero la autoestima también es esa voz que te habla en tu cabeza cuando te miras al espejo, cuando has cometido un error o cuando algo no sale como esperabas. ¿A ti qué te dice? “de todas formas siempre lo haces todo mal”, “eres un desastre” o más bien cosas como “no pasa nada, la próxima vez lo harás mejor”, “has hecho todo lo que has podido” o “qué guapa estás hoy”. La autoestima puede ser ese proyectil que te impulsa a lo más alto o la losa que no te deja avanzar un paso más.

Cómo se forma la autoestima

Durante toda nuestra infancia, pero en especial de los 0 a los 2 años somos pequeñas esponjas, todo lo que oímos, vemos o tocamos se nos queda grabado en nuestro disco duro. Aun no tenemos la capacidad de entenderlo porque nuestro cerebro racional (la corteza prefrontal) no está muy desarrollado, pero sí podemos sentir con toda intensidad ya que nuestro cerebro emocional (sobre todo la amígdala), está registrándolo todo.


Algunas de las cosas que han quedado grabadas, son la forma de tratarnos y hablarnos que tenían nuestros padres, abuelos, y en general aquellas personas que más tiempo pasaban con nosotros. También es importante cómo se trataban entre ellos, si eran cariñosos, si discutían mucho, si se reían o estaban tristes, y en definitiva el tipo de relación que tenían.

Todas esas vivencias acaban formando el diálogo que establecemos con nosotros mismos a lo largo de nuestra vida. “No nos afecta lo que nos sucede, sino lo que nos decimos sobre lo que nos sucede”, decía el filósofo Epicteto. Normalmente en nuestra cabeza tenemos tanto a nuestro mejor amigo y a nuestro peor enemigo y dependiendo de con quién pasemos más tiempo nuestra vida será más o menos feliz.

La fórmula para mejorar la autoestima

Para sanear la relación con uno mismo entra en juego un concepto clave: el amor incondicional. Aunque suene a alguna ñoñería del amor romántico, no tiene nada que ver, se trata de lo que deberíamos sentir los unos por los otros y en especial por nosotros mismos.


Estamos acostumbrados a que nos quieran de forma condicionada, “si te portas bien”, “si sacas buenas notas”, y cuando somos mayores, si tenemos un buen trabajo, dinero, éxito y una larguísima lista para llegar a sentirnos merecedores de ser queridos. Así que esa es también la forma en que nos queremos a nosotros mismos, por lo que conseguimos, por lo que tenemos, por nuestro aspecto físico. Pero eso es un pozo sin fondo, porque siempre vamos a encontrar alguna excusa, algo que todavía nos falte para hacernos el favor de querernos a nosotros mismos.

Realmente necesitamos muy poco para ser felices pero nos acabamos convenciendo de que si tenemos una pareja, un piso, o ese súper coche, lo seremos mucho más, y cuando llegamos a tenerlos nos damos cuenta de que aun nos faltan muchas cosas para llegar a disfrutar de la vida.

En cambio, cuando quieres de forma incondicional, quieres simplemente por el hecho de existir, de estar vivo. No hay que confundirlo con la arrogancia o la prepotencia, simplemente eres capaz de ver lo bueno y lo malo que tienes, pero aceptas lo malo, sin machacarte y dejar de quererte por ello. Intentas cambiarlo en la medida de tus posibilidades, pero pasas mucho más tiempo viendo el lado positivo de la vida, de los demás y de ti mismo, que el negativo.

Los Signos Que Te Harán Reconocer A Un Maltratador

Esta historia suele empezar con un chico encantador que te hace sentirte la persona más maravillosa que existe en la Tierra. Sólo ve cosas buenas en ti, es súper detallista, va a esperarte a la salida de clase o del trabajo, te acompaña a casa y no para de mandarte mensajitos maravillosos. A las pocas semanas de relación, te está diciendo que eres la mujer de su vida, que quiere que os vayáis a vivir juntos, casaros e incluso tener un hijo. Hay una necesidad bastante grande de que te comprometas. Así que, te dejas llevar.

Pero un día te dice: “deja que lo haga yo, cariño, que tú no tienes ni idea”, al siguiente te suelta un “qué tonta eres”, más tarde “cómo se puede ser tan inútil” y “de todas formas no sirves para nada”. Si te molestas, se disculpa, se deshace en elogios y se justifica diciendo que era una forma de hablar, pero en tu cabeza va calando.

Los insultos, las humillaciones e incluso bofetadas y puñetazos, llegan muy poco a poco. También puede que nunca supere la barrera de la violencia física y el daño sea ‘solo’ psicológico. Pero cuanto más comprometida estás con él más frecuentes e intensas se hacen. Y te preguntas, ¿cómo has pasado desde lo más alto del cielo hasta el más profundo de los infiernos?


Son personas con muy baja autoestima y por lo tanto muy inseguros, y su forma de compensarlo es mostrándose dominantes y agresivos. Detrás de tanto control, hay miedo a ser abandonados, así que su estrategia es anular y aislar a sus parejas para que no se crean merecedoras de alguien mejor. Por eso, necesitan a toda costa que haya una relación de dependencia emocional y si puede ser también económica, llegando a ver a su pareja como ‘algo’ de su posesión.

Tienen una inteligencia emocional bastante reducida. No saben gestionar emociones como el enfado, la rabia, el dolor y las frustraciones de la vida en general. Les falta compasión y empatía para ponerse en el lugar del otro y entender su sufrimiento, por eso no les resulta muy complicado ejercerlo. Es posible, que ellos también hayan sido maltratados en algún momento de su vida y esa sea la única manera en la que saben relacionarse, aunque esa no es justificación, porque muchas personas que han recibido algún tipo de maltrato, no han maltratado a su vez. En realidad si pudiéramos mirar en su interior veríamos que también son personas que sufren mucho, pero ese sufrimiento lo canalizan de forma destructiva hacia sí mismos y sobretodo hacia los que más ‘quieren’.


Sus víctimas también son personas con una autoestima no muy sana, a las que les resulta más fácil sentirse atraídas por este tipo de personas porque son muy deslumbrantes al principio. Se quedan enganchadas y aún cuando empieza la parte ‘mala’, no tienen la suficiente confianza en sí mismas y se creen las ‘mentiras’ que les cuenta el maltratador como “sin mi no vas a poder salir adelante” o “nadie te va a querer nunca como yo”.

Sería vital grabarse a fuego las características del maltratador para que ante los primeros signos de este tipo de comportamiento se puedan tomar medidas desde el principio, cuando todavía no se está completamente atrapada emocionalmente.

El problema es que cuando consiguen salir de una relación así, salen muy tocadas porque se han acostumbrado a pensar que no valen nada. Es muy necesario ayudarlas a recomponer los pedacitos que han quedado de ellas, que aprendan a quererse y ver, que sí son los seres más maravillosos que hay en la Tierra y no les hace falta nadie para decírselo.

sábado, 2 de abril de 2016

La Triste Historia Del “Te Quiero, PERO…”

Me quieres, pero… ¿pero qué a ver, qué? Si quieres, quieres; y si no quieres no quieres. Pero, en serio, no marees. No vendas un “te quiero, PERO”. Puto PERO. Traduce además tú el pero de las narices. Porque todos los putos peros de los “te quiero, PERO” son odiosamente iguales. I-gua-les.

“Te quiero, pero no es el momento”.

“Te quiero, pero ahora no busco algo como lo que tú buscas”.

“Te quiero, pero hay alguien más”.

“Te quiero, PERO…”.

Los “te quiero, PERO” son un atentado a la honestidad y una oda al narcisismo. Porque un “te quiero, PERO” es, por definición, la respuesta a un te quiero sin peros. A un te quiero de verdad. A alguien que ha encontrado el valor, o la desesperación quizá, para vencer todas las inseguridades propias y ajenas y lanzarse al vacío sin red de la declaración. Y uno, antes de la declaración, está preparado, y mal, para dos cosas. O sí. O no. Y ya.

El sí es, obviamente, el mayor anhelo, la esperanza de toda madrugada insomne. Y el temido “no” es el suelo descomponiéndose, el desamor, el rechazo. Aquel que se declara lo ha pensado todo. Ha fantaseado con el sí de la manera más ñoña y ridícula y ha temido el no con un corte de angustia atravesándole la garganta.

Para lo que no estaba preparado era para un “te quiero, PERO…”. Porque los “te quiero, PERO” son un rechazo incluso más amargo que los no te quiero. Porque cierran la puerta principal pero dejan abierta una ventana. O hacen al menos creer a uno que la ventana se puede abrir. Te hacen, en definitiva, seguir atado a la misma esperanza.

Por eso un “te quiero, PERO” es egoísta. Porque el receptor del te quiero sin apellidos ni preposiciones se sabe con la sartén por el mango. Y a todos, en mayor o menor medida, nos gusta sabernos por la sartén por el mango y nos gusta quedar bien. Y ese “te quiero, PERO” es la respuesta del bienqueda que se sabe con la sartén por el mango. Y que además, es egoísta.

Egoísta por no pensar que lo último que necesita aquel que se declara es una esperanza estúpida a la que aferrarse. Porque esta impide cerrar episodios, dificulta, por así decirlo, el comienzo del duelo emocional. Porque si hay un “pero”, es que hay un quizá y si hay un quizá, es que no merece la pena renunciar. Y mientras, la vida pasa, y el rechazo, aunque maquillado, sigue ahí. Así que, por favor, sé valiente y honesto, a veces decir “lo siento, pero yo no siento lo mismo” es la mayor de las consideraciones.

Lo Más Útil Que Puedes Aprender En La Vida Es A Decir Que NO

A veces somos un poco absurdos. Nos pasamos una hora con los amigos decidiendo a dónde ir a cenar, en vez de disfrutar de una hora más de cena a su lado. O nos enfadamos con la pareja por algo sin importancia, y esa pequeña discusión nos impide tener un gran fin de semana juntos.

Obsesionarnos con hacer que todo salga perfecto es lo que muchas veces provoca nuestra infelicidad, porque nos creamos demasiadas expectativas sobre lo que deberían ser las cosas, en vez de disfrutar sencillamente de cada momento. Por eso, de algún modo, buscar demasiado la felicidad puede ser el verdadero problema para lograrla.

Según los informes de tendencias en búsquedas que publica anualmente Google, uno de los temas más buscados es justamente “Cómo ser feliz”. Es un tema que preocupa a muchas personas, pero hay quien ha llegado a decir que quizá la felicidad sea solo un mito, como un espejismo que en realidad nos distrae de algo mucho más real e importante: la VIDA.


En realidad la felicidad no es el problema, sino aspirar a una felicidad mal entendida, que como nunca la podemos alcanzar totalmente, nos hace sentir frustrados. Felicidad no significa que se den todas las condiciones ideales, sino que tengamos la actitud más constructiva ante cada situación.

Hay tres posibles errores que pueden llevarnos a una felicidad mal entendida, que en realidad es poco duradera y por eso en realidad no es felicidad.

1. Enfocarnos demasiado en nosotros mismos

Si nos preocupamos todo el rato por si estamos bien, si somos felices, qué nos falta y qué necesitamos añadir, acabamos por mirar demasiado hacia nosotros, y eso implica olvidarnos de los demás. Entonces, nos cuesta mucho más adaptarnos y acabamos sintiendo mucha soledad. Por eso necesitamos equilibrar nuestra autoestima con la generosidad, para que se enriquezcan mutuamente.

También es un error justamente lo contrario: enfocarse demasiado en los demás para conseguir la felicidad, ignorando que muchas respuestas y satisfacciones solamente pueden encontrarse dentro de nosotros.

2. Centrarnos excesivamente en el futuro o el pasado

Cuando nos obsesionamos por conseguir el mejor futuro y los objetivos vitales se convierten en verdaderas obsesiones, acabamos por sacrificar el momento presente. Otro problema para ser felices es dedicar demasiado tiempo a lamentarnos, sentirnos culpables o echar de menos. Mientras miramos hacia atrás, desaprovechamos lo que tenemos delante, y dejamos de darnos la oportunidad de ser felices ahora mismo.


Tampoco deberíamos dejar de tener en cuenta el futuro, porque es lo que permite que crezcamos, que salgamos de la zona de confort y no nos conformemos. Echar la vista atrás, al pasado, también es necesario de vez en cuando, para aprender las lecciones necesarias e importantes.

3. Pensar más de la cuenta

No somos solamente racionales, y analizar no sirve para todo en la vida. Hay veces que necesitamos sentir, experimentar y dejarnos llevar. Mientras analizamos lo que nos hace felices en el trabajo o en el amor, olvidamos que no todo se resuelve pensando. También nos hablan las emociones y nuestro cuerpo, y tienen mucho que aportar a la hora de tomar decisiones importantes, para que podamos realmente vivir una felicidad que sea auténtica y duradera.

No se trata de dejar de pensar totalmente, ya que si solamente funcionamos por instinto y emociones, nos perderemos la posibilidad de reflexionar, para poder aprender y seguir avanzando en la vida.

En resumen, la felicidad sería un punto medio, un equilibrio que no siempre es fácil, pero que se puede entrenar y practicar cada día. Aprendamos a ser felices, pues será la mejor lección que podamos llevarnos de la vida.

A Ti, Que Te Preguntas Qué Hacer Con Tu Vida

A ti, que pasan los días y no vislumbras percepción de mejora. A ti, que crees hacer las cosas bien pero no sabes por qué casi siempre acaban saliendo mal. A ti, que lo mejor está por llegar. No te preocupes por eso, ocúpate de ti, que llegará.

Vivimos en la sociedad del ahora, nada puede esperar: trending topics, hashtags y snapchats. Se habla de ti o no existes. El ayer ya no es noticia y no hay paciencia para el mañana. Hay demasiados peces siguiendo una corriente turbulenta. Estamos hartos de rebaños con pastor desorientado.

Decimos que queremos ser felices pero, ¿qué hacemos para estar felices? Hace poco comentábamos que la alegría era efímera pero la felicidad debía perdurar. La procrastinación, las quejas y el reproche no conseguirán ninguna felicidad. Empieza a tener menos en cuenta a los demás y a pensar más en ti: en lo que deseas construir, en tus sueños y, sobre todo, en ver más allá de la nube que hay hoy.

Te preguntas qué estás haciendo con tu vida, cuentas cuántas veces has dejado escapar oportunidades, porque es imposible que pase el tren que has perdido, pero también lo es que pierdas el tren que aún no ha pasado. Olvida las prisas, reduce marchas o, incluso mejor, baja de este vagón a toda velocidad con rumbo a ninguna parte.

Sueles creer que los demás tienen la receta de la felicidad, mientras tú sigues sin saber lo que te aportas. Estás de suerte, porque en el fondo, si te preguntas qué hacer con tu vida, ese es tu ingrediente principal, la base de cualquier buen plato, el primer aroma a felicidad.

Puedes mirar al pasado y recordar los fracasos, los esfuerzos en vano. O también puedes, y debes, ver que pusiste la mejor de las intenciones. El resultado total nunca dependerá de ti, pero sí la entrega en lo que quieres, y tranquilo, que la vida acaba poniendo a cada uno en su lugar. La conciencia es el mejor equipaje en tu mochila de bienestar.

A ti, que te has parado a preguntar qué hacer con tu vida, empiezas a entender que a veces es preferible una retirada a tiempo que una victoria amarga, que puedes perder una batalla pasional, pero el que es capaz de poner paz en una guerra es quien acaba saliendo victorioso. “Llegar al éxito es sencillo, lo complicado es merecerlo“ (A. Camus).

Si te preguntas qué hacer con tu vida, tienes mucho ganado. El siguiente paso es hacerla tuya. La vida es un regalo que no vamos a desaprovechar. Tu momento quizás no sea ahora, pero ahora sí es el momento de ser tu mismo. Conocerte, sonreírte, quererte. Cada etapa tiene un final, pero cada final significa un nuevo comienzo. Con todo lo aprendido, con todo por aprender.

No son los demás los que te tienen que hacer volar, eres tú quien lleva las alas que te harán despegar. No dependes de la felicidad de nadie, porque esa está dentro de ti. Y después de todo esto, créeme, vale la pena, porque las cosas cuando están bien hechas, quizás no tienen precio, pero tienen todo tu valor. Como dijo Picasso: “Yo hago lo imposible, porque lo posible lo hace cualquiera”.

Alegato A Favor De La Gente Que Te Suelta Las Verdades A La Cara

Si me dieran un euro por cada persona que me dice un “yo ante todo, lo que más valoro es la sinceridad” cogería todo el pastizal y les llevaría de cañas para que confesaran la verdad. Porque cada vez me queda más claro que es mentira.

La gente no deja de hacer apología de lo importante que es decir las cosas a la cara y lo mucho que odia la falsedad, hasta que les dices de frente que esos pantalones no les hace ninguna justicia y te ponen a parir cuando te das media vuelta.

Porque efectivamente, la gente sincera ha pasado a ser denominada como borde. Y no, queridos, una cosa nada tiene que ver con la otra.

A no ser que esa persona carezca totalmente de inteligencia emocional y después de soltarte un comentario, te mire con cara de asco o te empuje contra un autobús, que yo sepa, está diciéndote la verdad. Que es lo que muchos vais pidiendo.

No tiene nada que ver con ser hater, cínico hasta la saciedad o el típico amigo seco que ni se pronuncia en los grupos de Whatsapp. Hablamos de ser capaz de empatizar con los sentimientos del resto hasta el punto de ser completamente transparente. Esas personas que escasean porque, en lugar de auténticas fueron denominadas como desagradables a la ligera o que sencillamente, decidieron rendirse y volverse falsas, como el resto de mortales.

Casos en los que esas personas que no tienen pudor, han sido denominadas sin ton ni son como personas bordes, desagradables y ariscas cuando en realidad, han intentado ser las personas más bonitas del mundo. Esas personas que, han acabado asqueadas por quedar de sinceras ( o han seguido siendo igual, pero son unos incomprendidos)

1. Esa persona que le dice a una amiga que ese vestido le queda fatal, porque realmente le queda fatal.
2. Esa chica que en mitad de una conversación entre un grupo de amigas, en la que todas se buscan sus propios defectos, suelta un: “Pues yo me veo estupenda” (porque ella se verá estupenda, claro que sí).
3. Esa persona que le dice a un ‘pretendiente’ en un garito, que sencillamente no está interesada. Que no es ni por tener pareja, ni ser de la acera contraria. No está interesada y punto.

4. Esa chica que le dice a su amiga que su ligue no le llama porque sencillamente NO QUIERE LLAMARLA.

5. El que no coge el teléfono y cuando le preguntan por qué no lo cogió, contesta un “no me apetecía hablar por teléfono” en lugar de decir que tenía el día liado.

6. El que le dice a su amigo, aspirante a algo que se le da mal (en la mayoría de los casos, se trata de un aspirante a actor) que mejor se dedique a otra cosa.

7. La amiga que te dirá que tu drama realmente es una mierda y es un problema del primer mundo. Y te escuchará encantada, porque es tu amiga, pero parte de su consejo será ese, que es un drama de mierda.



8. El amigo que te dice que tu novia no le gusta para ti (y seguramente tendrá razón).

9. Ese novio que contestará un “SÍ” a un “¿me ves más gorda?” porque no te estará diciendo “ya no te quiero, FOCA”, te está contestando sinceramente a una pregunta que le has hecho TÚ.

10. Esa persona que te dice que ya no le gustas, en lugar de darte largas.

11. Esa madre que no te comenta lo guapa que estás en una foto de Facebook porque prefiere comentarte en privado lo mal que sales.

12. El compañero de trabajo que te pide que por favor, no le hables porque es lunes y está cansado.

13. El que dice que NO y punto.