Nos creemos originales, únicos e irrepetibles, no solo como personas, sino también como generación milenial, como sociedad moderna o como país. Pero hay quien dice que no se puede volver a inventar la rueda, y que por mucho que pretendamos ser originales, todas las personalidades, modas, inventos o ideas que podamos tener serán una copia muy parecida de algo que ya ha existido anteriormente. Por eso, Mark Twain decía que todas las ideas son de segunda mano, ¿será que todas las personas también son de segunda especie, clones de otras personalidades anteriores a las que se parecen o imitan?
En una ocasión, antes de que toda la tecnología se inventase, e incluso antes de que existiese el teléfono o la luz eléctrica, ya dijo alguien que todo se había inventado, y que no quedaba nada por crear. Pero después de que los desertores de la creatividad dictaron su sentencia de muerte, aún llegarían miles de invenciones y genialidades que el mundo ni imaginaba, aunque Julio Verne las soñase en sus novelas. Fueron los que creyeron que se podía ir más allá los que se atrevieron a dar el salto, igual que son las personas que se sienten libres de romper los moldes las que crean moldes nuevos, aunque siempre haya quien prefiera aprovechar los moldes ya creados que el trabajo de fabricarse el propio.
Las personas tenemos una doble tendencia, como dos caras de la misma moneda: por un lado, queremos diferenciarnos, sentirnos especiales y destacar, pero a la vez queremos formar parte de un grupo, sentir que pertenecemos a algo y que cuentan con nosotros. A algunos les puede más el afán de diferenciarse y otros, en cambio, prefieren sentirse reconocidos en los otros. Pero incluso aquel que se siente feliz en la soledad busca cómplices en ella, o el que pretende romper los moldes a toda costa tiende a juntarse con otros que hacen lo mismo, por lo que al menos en romper moldes no son originales. Por otra parte, aquellos que venderían su autenticidad por una mirada de aprobación no pueden evitar seguir siendo únicos en alguna medida.
En cierto modo somos como los unicornios, que no son ni totalmente originales ni absolutamente corrientes. Científicamente, está demostrado que no existen en el Planeta dos huellas dactilares exactas, dos códigos genéticos idénticos, con lo que cada persona es única, al menos genéticamente hablando. Puede que combinemos muchas cualidades que han existido anteriormente, como el unicornio tiene características del caballo y otras del antílope y de la cabra, pero no es un caballo ni una cabra, sino algo nuevo, original y único, fruto de una combinación, como se juntan las letras formando nuevas palabras o se combinan acordes y crean nuevas melodías únicas.
Somos melodías únicas que han tomado sus notas prestadas de viejos acordes. La originalidad llega sola sin que la busquemos, porque ya nuestra existencia ha marcado una línea de comienzo, con una genética única e irrepetible que nadie más tendrá nunca. No necesitamos demostrar que somos especiales, porque ya lo estamos siendo, y lo hemos sido siempre. Pero tampoco podemos olvidar que somos parte de algo más, que pertenecemos a un todo más grande que tiene muchos de nuestros acordes y notas.
Consejo milenial: sé tú mismo, y la originalidad ya vendrá sola.
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