Ya sabéis que me apasiona el Batman de Christopher Nolan; así que cuando me pidieron escribir sobre este tema, tenía que citar a Alfred, fiel mayordomo del hombre murciélago. El personaje interpretado por Michael Caine advierte a Bruce sobre las consecuencias de sus actos pero también admite que no le gustará estar ahí para verlo. Esto os tiene que sonar de algo… ¿No os habéis sentido nunca como Alfred? ¿Y como Bruce?
Reconozcámoslo: nos encanta llevar la razón. Por eso tenemos que tener siempre la última palabra. Y si esa palabra es un “te lo dije”, mejor que mejor. La cuestión es quedar como el sabio del grupo aunque no sepamos de qué va la historia. Así que esperamos al momento oportuno como quien saborea el clímax de una película; solo entonces lo decimos: “Te lo dije”. Y nos quedamos tan panchos.
Pero si de verdad eres amigo de esa persona, solo necesitarás mirarle a la cara para recordar lo que tú sentiste la última vez. Ya sabes, aquella en la que hiciste lo que tú querías y no lo que te aconsejaban, cuando las cosas se torcieron y acabaste hecho polvo. Lo peor vino cuando al lumbrera de turno se le ocurrió pronunciar las palabras mágicas: “Te lo dije”. A eso es a lo que yo llamo un golpe bajo…
Me entiendes, ¿verdad? Hablo de esas ocasiones en las que alguien te suelta la frase más inoportuna. Justo cuando habías conseguido tomarte el problema con calma, llegan y te lo restriegan. Como si no supieras ya que has metido la pata hasta el fondo…
Ya te habrás dado cuenta de que no es lo mismo aconsejar que mortificar. Y es que esta expresión, “te lo dije”, no le hace ningún favor a nadie, salvo a nosotros mismos. Es tu ego el que sale fortalecido, pero a tu amigo lo machacas. Y lo último que necesita después de haberla cagado es que llegues tú a ponerle la zancadilla.
Por eso, todos somos Alfred; porque cuando llega el momento de decir “te lo dije”, no nos apetece hacerlo. Y también somos Bruce, porque a todos nos han restregado nuestros errores, con mayor o menor tacto. Lo bueno es que esta doble identidad nos permite hacer un pequeño ejercicio de empatía, para que seamos más prudentes la próxima vez.
Consejo milenial: a veces, la mejor ayuda es guardar silencio.
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