viernes, 18 de agosto de 2017

El ataque de las bacterias escondidas bajo el hielo

El hielo perpetuo del norte del planeta es una tumba llena de muertos vivientes. Escondidos en el permafrost, el hielo perenne bajo el césped de la tundra, microorganismos latentes aguardan a ser liberados para infectar. A su alrededor yacen congelados cadáveres de animales y enterramientos humanos. El cambio climático está fundiendo estos hielos que llevan miles de años incólumes. Están aflorando los muertos y sus asesinos.

“No sabemos lo que puede haber ahí”, advierte a El Independiente Susana Serrano, microbióloga de la Universidad Complutense de Madrid. En el permafrost podría haber bacterias antiguas y otros agentes infecciosos contra los que no estamos inmunizados. “Las bacterias pueden permanecer latentes en forma de endoesporas. No están metabólicamente activas, pero resucitan cuando las condiciones ambientales son idóneas”, explica. “Cerca de un 10% de estos microorganismos son viables después de medio siglo. Si quedan atrapados en ámbar o en hielo, pueden despertar pasados miles de años”, describe.

El permafrost supone un cuarto del terreno del hemisferio norte. Cubre Siberia, Alaska y Canadá. Se está derritiendo en latitudes y a profundidades sin precedentes. La temperatura de la superficie de las estepas ha aumentado como mínimo 3 grados desde principios del siglo pasado. “Como consecuencia podrían volver los vectores de algunas epidemias mortíferas de los siglos XVIII y XIX, sobre todo cerca de los cementerios donde se enterró a las víctimas”, aseguraban en 2011 científicos de la Academia Rusa de Ciencias.

Pocos años después, la predicción de estos expertos se cumplió. Una ola de calor azotó Siberia y provocó temperaturas de 35 grados centígrados, 25 más de lo habitual. La carcasa de un reno muerto hacía 75 años en la península de Yamal afloró y liberó esporas de Bacillus anthracis que revivieron. Ese verano de 2015 el carbunco se extendió por la tundra, mató a un niño, infectó a casi un centenar de personas y acabó con la vida de más de 2300 renos.
A principios del siglo XX los brotes en la región era habituales y llegaron a morir 1,5 millones de estos ungulados. Se estima que hay unas 7000 fosas con renos rebosantes de ántrax en el hielo del norte de Rusia. Las bacterias se refugian en el suelo, si los animales comen pasto o beben agua contaminada con las esporas, los microbios despiertan y enferman al huésped. También hay cepas que entran en el cuerpo a través de heridas abiertas o la respiración.

Las viejas y mortíferas conocidas no son las únicas que pueden resurgir de las tierras heladas. Hace 30 siglos, a finales del Pleistoceno, un extraño virus gigante quedó sepultado y conservado por el hielo. Un equipo de científicos franceses lo halló en 2000, a 30 metros de profundidad en la región de Kolymá, al noreste de Rusia. Es un mastodonte del tamaño de una célula.

Dos años después los mismos científicos que habían logrado resucitar una planta, también congelada en el permafrost hace 30.000 años, se lanzaron a revivir el virus. Lo mimaron colocando parte de las muestras en un caldo de cultivo junto a amebas. Pasado un tiempo el virus las atacó y mató. El renacido estaba en plena forma.

Afortunadamente, el virus rescatado de las profundidades no infecta células humanas. Algo que no descarta la posibilidad de que aparezcan otros que sí lo hagan. “El hecho de que podamos contraer una infección viral de un neandertal que llevan mucho tiempo extinguidos es una buena demostración de que los virus no pueden ser erradicados del planeta y decir lo contrario nos da una falsa sensación de seguridad”, explica Chantal Abergel, investigadora del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia y coautora del trabajo.
No son neandertales, pero sí cadáveres humanos plagados de uno de los virus más temidos de la historia los que descubrió un grupo de arqueólogos durante una expedición por la siberiana República de Sajá en 2004. Hallaron una fosa con cinco momias congeladas. Una de ellas era una mujer que había muerto por viruela hace 300 años. Lo saben porque hallaron fragmentos del virus variólico en su interior. No tenían capacidad infectiva. Pero esta momia es solo una de las muchísimas que puede haber conservadas en hielo. La viruela fue responsable de más de 300 millones de muertes solo en el siglo XX. Es la única enfermedad erradicada, gracias a constantes campañas de vacunación durante dos siglos. Solo se conservan muestras vivas en laboratorios rusos y estadounidenses. El deshielo podría liberarla de nuevo en la naturaleza.

Otros cadáveres congelados desataron la polémica un año después. Tras rastrear el mundo en busca del virus de la gripe española en cadáveres durante 50 años, un equipo de investigadores estadounidenses resucitó a este microbio que mató a 40 millones de personas entre 1918 y 1920. Lo hallaron en muestras de soldados del Instituto de Patología de la Fuerzas Armadas, en Washington DC, y de una mujer obesa del cementerio de Brevig Mission, situado en Alaska. El frío y la grasa de su cuerpo habían conservado sus pulmones infectados. Gracias a ella habían conseguido las piezas que les faltaban para reconstruir el virus.

Mientras la comunidad científica aplaudía a los virólogos, la ciudadanía se echaba las manos a la cabeza. “El virus resucitado es muy virulento, causa la muerte en los ratones de laboratorio y en los embriones de pollo mucho más rápidamente que cualquier otro virus de la gripe humano conocido, y crece muy rápidamente en células humanas”, explica a este medio Ignacio López-Goñi, profesor de microbiología y virología en la Universidad de Navarra. Por fortuna, si se escapara de los tubos de ensayo, esta gripe no arrasaría. “Los antivirales actuales son efectivos contra este virus de 1918 resucitado”, apostilla el experto.
Con el deshielo del permafrost también salen a la luz cuerpos completos de mamíferos extinguidos, que habitaron el Pleistoceno. Mamuts y rinocerontes lanudos emergen de los hielos con carne y melena. Son tesoros biológicos que los científicos buscan con tanto ahínco como los cazadores de colmillos. Recorren la tundra de Yakutia en busca del marfil de estos seres del pasado, que se vende por unos 45.000 euros.

Siberia se está derritiendo tan rápido como un helado en un día ventoso. La tierra helada se está convertiendo en un terreno salpicado de lagos. Esta descongelación esta acelerando más si cabe el calentamiento global porque está liberando metano, un gas de efecto invernadero. Las bacterias, animadas por el calor, descomponen la materia orgánica y como residuo generan el metano y dióxido de carbono, que se acumula formando bolsas de gas bajo el terreno. Pisarlo es como andar sobre un colchón de agua. Por el momento se han contabilizado unas 7000 en las península de Yamal y Guida y en la isla de Bely se han detectado niveles de metano mil veces superior al normal y de 25 veces el de dióxido de carbono.

Este fenómeno podría explicar los gigantescos cráteres que han aparecido en algunas zonas, apodados como ‘agujeros del fin del mundo’. Los especialistas estiman que para 2100 la inmensa mayoría del permafrost del hemisferio norte habrá desaparecido. Para entonces todos los truenos de esta helada caja de Pandora se habrán liberado.


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