“Mi pareja me ayuda en las tareas del hogar”. Todos seguimos escuchando, para nuestra desesperación, esta frase, esta expresión oxidada donde se halla implícita una categorización de género que es necesario reformular. En una casa nadie debería ayudar a nadie, porque lo que existe es una responsabilidad común, un trabajo de equipo.
En nuestra sociedad, a pesar de los avances, del cambio de mentalidad y de cada pequeño logro conseguido en materia de igualdad de género, sigue percibiéndose las raíces del modelo patriarcal. Es esa sombra encubierta aún en muchas mentes o en la inercia de un lenguaje, donde sigue presente la idea de que el hombre provee de recursos, y la mujer, gestiona un hogar y unos hijos.
A día de hoy, pensar que la responsabilidad de las tareas del hogar y la crianza de unos hijos es responsabilidad exclusiva de la mujer, es algo caduco, un vestigio de un pasado que ya no se sostiene -o que al menos, no debería- . Ahora bien, tampoco hay que defender a ultranza un reparto equitativo del 50/50.
Hemos de tener en cuenta que cada pareja es un mundo, cada casa tiene sus dinámicas y son sus propios miembros quienes establecen el reparto y las responsabilidades en base a la disponibilidad. Factores como el trabajo determinan sin duda dichos acuerdos que deben gestionarse de forma equitativa, cómplice y respetuosa.
Te proponemos reflexionar sobre ello con nosotros.
Los tiempos han cambiado (un poco, al menos)
Los tiempos han cambiado, ahora somos otros, somos nuevos, más valientes y con muchos más retos que nuestros abuelos y abuelas. Al menos, así queremos creerlo y por ello luchamos. No obstante, quedan grandes puentes colgantes que cruzar. Materias como la brecha salarial o la igualdad de oportunidades son factores que aún tienen el estigma del género. Luchas complejas que la mujer sigue librando.
No obstante, en lo que se refiere a la responsabilidad de una casa, las tareas del hogar y el cuidado de los hijos, el avance en cuanto a igualdad es apreciable. Queda claro, que cada persona tendrá su experiencia personal, y que en cada país, cada ciudad y en cada hogar se viven realidades particulares que condicionan nuestra visión sobre el tema.
De hecho, la agencia Reuters publicó hace unos años un interesante estudio que se encabezaba con un llamativo titular: tener pareja le supone a la mujer 7 horas más de trabajo a la semana. Con esta frase se dejaba constancia de que la desigualdad en las tareas del hogar sigue patente. Sin embargo, dista mucho de los datos obtenidos de 1976 donde la diferencia era 26 horas semanales.
Mientras hace unas décadas la mujer asumía plenamente su papel de ama de casa, en la actualidad su figura ha cruzado la línea del ámbito privado hacia esas esferas públicas antes habitadas en exclusividad por el hombre. No obstante, el compartir los mismos espacios no siempre implica igualdad de oportunidades ni equidad en cuanto a derechos.
En ocasiones, muchas mujeres asumen la responsabilidad de ambas esferas. A su labor profesional se le añade toda la responsabilidad de un hogar y la crianza de unos hijos.
Si bien es cierto que en materia de tareas domésticas el papel del hombre en muchos casos es pleno e igualitario, no ocurre lo mismo en lo que se refiere al cuidado de personas dependientes. A día de hoy, el cuidado de ancianos o hijos con minusvalías recae casi en exclusiva en la mujer.
Las tareas en una casa y los acuerdos cotidianos
Las tareas domésticas no son patrimonio de nadie, de hecho son totalmente intercambiables. Ni planchar es cosa de mamá ni arreglar el fregadero es tarea de papá. El mantener una casa, ya sea en la parte económica o en la parte doméstica de cuidado y mantenimiento, es cosa de quienes habiten bajo ese techo, sean del sexo que sean.
Lo curioso de todo ello, es que a estas alturas seguimos escuchando la recurrida frase de “mi marido me ayuda en casa” o “yo ayudo a mi novia a fregar los platos”. Tal vez, como decimos, sea simple inercia y no exista en realidad ese férreo esquema patriarcal integrado en nuestras mentes donde toda tarea está sexualizada de rosa y azul.
Los acuerdos cotidianos y el reparto equilibrado es lo que aporta armonía a esa rutina doméstica donde tan fácil es caer en el reproche. En él “es que tú no haces nada” o “es que cuando yo llego estoy cansado/a”. Los acuerdos no deben pactarse por simple equidad ni por rol de género sino por lógica y sentido común.
Si mi pareja trabaja de todo el día y yo estoy desempleado/a o he elegido libremente quedarme en casa para criar a mis hijos, no puedo exigirle que me haga la cena y me tienda la ropa. Asimismo, el cuidado de un hijo tampoco es cosa de uno solo. La mamá no está obligada a ser una “supermamá”. Un hijo es responsabilidad de quienes han elegido tenerlo, y aún más, hemos de servirle de modelo, demostrándole, por ejemplo, que la cocina no es feudo de nadie.
Que hacer la cama, atender a nuestro perro y cuidar una casa, no es ayudar a mamá o a papá, es responsabilidad de todos.
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