La mayoría de las personas hemos sentido la incómoda sensación de calor en la cara después de vivir una experiencia vergonzante. Se ha demostrado que tenemos tanto miedo a sonrojarnos que tan sólo escuchar que nos estamos ruborizando, aun cuando no es cierto, es suficiente para provocar la reacción. Si bien asumimos que seremos juzgados negativamente al sonrojarnos, un estudio demuestra lo contrario.
Cuando nos ruborizamos, los capilares sanguíneos del rostro se expanden, provocando un notable cambio de color en la piel, sobre todo en la tez blanca. Se trata de una reacción involuntaria que no puede ser actuada, por lo que es una señal extremadamente confiable de las emociones de una persona.
La psicóloga Corina Dijk y sus colegas de la Universidad de Ámsterdam en Países Bajos, estudiaron cómo son percibidas las personas que se sonrojan mediante una adaptación del clásico Dilema del Prisionero. Éste consiste, a grandes rasgos, en imaginar que has sido arrestado junto con un amigo bajo sospecha de robar un banco. Si lo acusas, saldrás libre mientras que él será condenado a 20 años en la cárcel. Si él te acusa, saldrá libre y tu serás encarcelado. Si ambos confiesan, su condena se reducirá a 8 años y si nadie habla, ambos saldrán libres.
Los investigadores pidieron a un grupo de voluntarios jugar contra una persona virtual. En vez de libertad, eran compensados con dinero. La prueba estaba diseñada para que, tras ganar una ronda, el oponente delatara a los participantes. Al finalizar el juego, se les mostró una fotografía de su contraparte y se les preguntó si volverían a confiar en ellos. Encontraron que si la persona en la fotografía estaba sonrojada, eran más propensos a decir que sí.
En un segundo experimento, los científicos mostraron a los participantes una serie fotografías de diferentes personas acompañadas de relatos de los supuestos actos vergonzosos que habían cometido, como ir demasiado informales a un evento o dejar escapar una flatulencia en un elevador. Las personas que estában ruborizadas fueron juzgadas más favorablemente que las demás, sin importar su indiscreción.
Los resultados del estudio, publicado en la revista de la Asociación Psicológica Americana, sugieren que al sonrojarnos demostramos que admitimos nuestros errores y que nos adhirimos a los valores sociales de un grupo, por lo que somos perdonados con mayor facilidad.
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