jueves, 15 de octubre de 2015

Y tu vida… ¿de qué va?

Admiro a las personas que tienen una historia. No momentos, sino una historia.
Es importante que distingamos esto, pues una historia se compone de momentos, pero no todos los momentos hacen una historia. Estas personas me parece que tienen vidas fascinantes. Siempre están haciendo algo y siempre tienen algo que contar. Suelen hablar acelerados y los ojos les brillan como si sus retinas no fueran espejo de la luz de fuera sino ventana a la luz que hay dentro.
Y tu vida… ¿de qué va?
El ser humano está hecho para sobrevivir, no para ser feliz. Eso lo sabemos. Para lo primero estamos programados; para lo segundo hay que hacer un pequeño hackeo. Quien quiera entrar en el juego de la felicidad y aspirar a sus frutos, debe asumir ciertas responsabilidades no incluidas en el juego de sobrevivir. Una de ellas es la creación de sentido.
Lo que parece claro es que muy poca gente sabe de qué va su vida. ¿Cómo se llama tu película? ¿Cuál es tu causa? ¿Qué tiene en común todo lo que haces? ¿En torno a qué amor gira tu vida? Lo que haces, ¿suma para conseguir tu sueño? ¿Tienes un sueño?
Sumidos en nuestras rutinas, repetimos cada día las mismas acciones hasta que nos parece algo habitual: vamos al trabajo, quedamos con gente, nos vamos de compras, etc. Así rellenamos (que no llenamos) los días mientras un vacío persiste, creando una sensación de desazón e insuficiencia y unas quejas que vendrían a ser algo así: “Menuda mierda de vida… ¡Mañana más!”.
Así es el conformismo. Lo sabemos pero no nos rebelamos. Mañana más. Intentamos, eso sí, sacar lo mejor de lo peor o, lo que es lo mismo, nos resignamos con elegancia. El conformismo es procurarse un buen sofá en vez de levantarse. Es ignorar que lo único que te falta es un sueño. Y si no te gusta la palabra sueño, usa la palabra ilusión, propósito, causa, por qué o sentido.
“Menuda mierda de vida… ¡Mañana más!”
-¿Te importaría decirme, por favor, qué camino debo tomar desde aquí?
-Eso depende en gran medida de adónde quieres ir, -dijo el Gato.
-¡No me importa mucho a dónde…! -dijo Alicia.
-Entonces, da igual la dirección.
Este conocido fragmento de Alicia en el País de las Maravillas ilustra perfectamente el problema: “Si no sabes a dónde vas, qué más da cuál sea el camino”. Buen slogan para una legión de pollos sin cabeza. Y es que, sin metas no se camina: se deambula. (Y mejor que metas, sentido).
Personas con historia: la vida como una película
Hay dos formas de vivir: como álbum de cromos o como cuento; como serie o como película; vivir de momentos o vivir una historia. La elección que hagamos marca la diferencia entre una existencia placentera y divertida o una feliz y plena.
Hoy en día lo habitual es optar por la primera vía. Vivimos en la sociedad de lo efímero, de lo nuevo y de lo desechable. Buscamos y tenemos muchas experiencias y momentos, pero desconectados entre sí. Es la sociedad del hedonismo, el individualismo y la búsqueda del placer subjetivo.
Optar por la segunda vía no quiere decir experimentar menos momentos, sino conectarlos entre sí. Es hacerse consciente de que una historia son momentos conectados.
Momentos que chirrían
Imagina esta historia:
Iba caperucita alegremente cantando por la pradera de camino a ver a su abuelita y llevarle unos dulces. A mitad de la travesía, decidió abrir la cesta, sacar la Play Station y echar unas partidas al Final Fantasy.
Chirría, ¿verdad? Nuestra vida está llena de interferencias, de momentos sin conexión que destrozan nuestro cuento. Por esto, establecer un sentido exige una importante responsabilidad: elegir, priorizar y desechar.
No hagas nada que no contribuya a tu historia. Si tienes que dejar tu trabajo, déjalo; si tienes que dejar a tu pareja, déjala; si tienes que apartarte de algunos amigos, familiares o entornos, aléjate. No cabe duda que será doloroso, pero no permitas que nadie ni nada chafe tu historia.
“El sentido es lo que define si eres capitán o barco, veleta o viento.”
Querido Charlie Brown
Decía Charlie Brown en una viñeta: “Mi vida no tiene propósito, ni dirección, ni finalidad ni significado, y a pesar de todo soy feliz. No lo puedo comprender. ¿Qué estaré haciendo bien?”. Esto pinta muy bien cuando todo a nuestro alrededor es alegría, pero cuando las cosas vienen mal dadas, sin dirección, finalidad ni propósito, uno se va a la deriva.
– ¡Mamá, mamá, Pedro me ha pegado un puñetazo!
– Hijo, estás en un combate de boxeo.
Un golpe podría ser algo doloroso, cruel o humillante hasta que lo encajamos dentro del contexto adecuado. Visto dentro de un combate, un puñetazo solo es una pequeña parte natural y coherente de la historia. Quien da un sentido a su vida, sabe encajar las vicisitudes que se presentan. Sabe encajar los golpes dentro del combate. Y seguir adelante con la guardia en alto.
“Sé el dueño de tus propias ambiciones.”
Fríamente hablando, la vida no tiene ningún sentido y el universo sigue su curso sin que tú –esa pequeñísima cosa- le importes en absoluto. Ahora bien, que no tenga sentido no quiere decir que no podamos darle uno. Y esta es la primera regla del juego de la felicidad: dar un sentido a tu vida.
El sentido es lo que diferencia existencia y vida, momento o historia, trascendencia u olvido. Es lo que define si eres capitán o barco, veleta o viento. Es lo que nos permite ser dueños de nuestras propias ambiciones, descubrirnos como directores de nuestra película y, sobre todo, saber cómo se titula.
Solo creando un sentido podemos conectar nuestros momentos para convertir nuestra vida no en una suma de instantes, sino en una experiencia unificada, pues solamente si sabemos a dónde vamos podemos saber qué elementos y quiénes sobran para llegar donde queremos. Solo así podremos eliminar las tomas falsas de nuestra historia y escribir y disfrutar un guion inolvidable para nosotros y todo aquel que vea nuestra película.
¿Cómo se llama tu película?

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