“Ya no tengo paciencia para algunas cosas,
no porque me haya vuelto arrogante,
sino simplemente porque llegué a un punto de mi vida
en que no me apetece perder más tiempo
con aquello que me desagrada o hiere.
No tengo paciencia para el cinismo,
críticas en exceso y exigencias de cualquier naturaleza.
Perdí la voluntad de agradar a quien no agrado,
de amar a quien no me ama
y de sonreír para quien no quiere sonreírme.
Ya no dedico un minuto
a quien miente o quiere manipular.
Decidí no convivir más con la pretensión,
hipocresía, deshonestidad y elogios baratos.No consigo tolerar la erudición selectiva
y la altivez académica.
No me ajusto más con la barriada o el “chusmerío”.
No soporto conflictos y comparaciones.
Creo en un mundo de opuestos
y por eso evito personas de carácter rígido e inflexible.
En la amistad me desagrada la falta de lealtad y la traición.
No me llevo nada bien con quien no sabe elogiar o incentivar.
Las exageraciones me aburren
y tengo dificultad en aceptar a quien no gusta de los animales.
Y encima de todo ya no tengo paciencia ninguna
para quien no merece mi paciencia”.
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