Ahora que gusta mucho decir eso de “todos somos iguales” o “todos somos especiales” o “nada es mejor que nada”, yo digo no. Hay personas y personas.
Hay personas y personas porque hay elecciones y elecciones. Valga el destacado para diferenciar a esas personas en negrita de las, digamos, regulares; esas que, aunque sea en un rápido y diagonal golpe de vista, se te quedan retenidas en la memoria. Ser una persona subrayada se elige.
Siempre he creído que en la vida hay un listón, y que están los que pasan por debajo como en el limbo y los que pasan por encima haciendo un salto de altura.
En el amor, como en todo, hay primeras y segundas divisiones. Creo que nadie debería pasar de puntillas por el mundo cuando puede pisar fuerte. Allá cada uno. Y tú, ¿juegas en primera o en segunda? ¿Ligas o conquistas?
Ligar está bien, es divertido y lo divertido también es necesario, pero no deja de ser la marca blanca de conquistar.
Para ligar, basta con gastarse algo de dinero en Inditex, arreglarse el pelo, ponerse una buena colonia, no hacer mucho el idiota y entrar a mucha gente. Hasta el más tonto liga un día. Todos tenemos una estadística y la de nadie –una vez que se ha estrenado– es cero. Por el contrario, para conquistar no valen las ropas. Un conquistador no se forma en el centro comercial, se forma teniendo una vida apasionante. Por mucho que quieras aparentar, por muchas camisas, cochazo, maquillaje o tacones, siempre hay un día en que la vida te pregunta ¿qué queda cuando te quitas el vestido?, ¿quién eres cuando te desnudas?
“Un conquistador no se forma en el centro comercial, se forma teniendo una vida apasionante.”.
La mayoría de relaciones nacen de ligar pero mueren por falta de conquista. Casi todas se rompen o no avanzan no porque se tuerzan, sino por desvelo y decepción. De nada sirve el deseo si no lo acompaña la fantasía que evocan las vidas fascinantes. De nada un brillante lazo si en el paquete no hay nada. A nadie le enamora el vacío.
Una de las principales razones por las que las relaciones fracasan es porque falta grandeza. ¿Cuánto tiempo dedicas a estar más guapo, tener mejor cuerpo o comprar más ropa? ¿Cuánto inviertes en crecer como persona?
Todo el mundo liga, pero no todos conquistan. “Para dar una vuelta, todas las bicicletas son buenas, pero hay días en los que recordamos los grandes paseos”, dice una amiga mía[1]. Ligar es juego; conquistar es arte. Ligar es pasatiempo; conquistar es que se quede cuando pasa el tiempo.
Pero conquistar no tiene que ver con la eternidad, sino con la memoria. No es que el Imperio caiga, es que hoy sepas quién es Julio César; no es que te quedes siempre, es que no te olvide nunca. Tampoco tiene que ver con la presencia (física), pues a veces, el peso de la presencia se mide mejor en la ausencia: conquista es cuando puedes decir “ella se fue, pero se quedó el perfume”, o “él se fue pero yo aún sonrío”. Es que, aunque ya no esté, seas una persona diferente porque no te cambió que se fuera, te cambió que hubiera estado.
“Conquistar no es que te quedes siempre, es que no te olvide nunca”.
A la mayoría le asustan los grandes retos y prefieren ser cabeza de ratón a cola de león. Es una opción optar por el atajo, pero si lo haces, no presumas, pues aunque puede que llegues antes, nunca traerás la mochila tan llena como quien hace el camino necesario. No es motivo de alarde liarte con alguien si luego te olvida. Puede ser divertido, y eso está bien, pero el orgullo debe guardarse para cosas superiores. Y el que realmente hace cosas superiores, no alardea, porque la gente superior no muestra con palabras lo que demuestra con actos.
Cuando no se aspira a la grandeza es porque algo hay apremiando la mediocridad. Detrás de cada conducta hay siempre algo que la refuerza. Cuidado con lo que aplaudimos. Nuestra vida es tan grande como aquello que admiramos.
Me repugnan esos chicos que van diciendo “a esa me la tiré” (por ser finos) o sacan pecho para decir el ‘elevado’ número de chicas a las que “se han follado” (se me fue la ‘finería’), como quien cuenta títulos de liga. He dicho chicos y no hombres, no por edad, sino por madurez. Me decepcionan también esas chicas que miden su belleza en función de los chicos a los que besan o a los tropecientos que podrían besar, así como aquellas que se creen superiores por ser guapas.
Lo más curioso es que es entre esta clase de chicos y chicas donde se crea todo: chicos que van como monos detrás de chicas para tratarlas como números y chicas que alardean de ser monas en función del número de chicos que las ven… ¡como números!
Y es que, cuando alguien no puede aspirar a la calidad se refugia en la cantidad. Están los que venden 10 unidades a 1 euro y los que venden 1 unidad a 10 euros. En el mundo de la cantidad, el que apuesta por lo excelente está siempre en minoría.
“Nadie debería pasar de puntillas por el mundo cuando puede pisar fuerte”.
Por todo esto, a mí no me vengas con tu carita bonita de “me lío con quien quiera”, a mí dime algo que me cambie la forma de mirar la vida, ponme los ojos grandes y hazme sentir pequeño. Cuéntame tantas aventuras que sienta que me he perdido un millón de cosas. Dame ganas de comerme el mundo.
Dime que sabes lo que quieres y que “o eso, o nada”; que ni te vendes ni negocias tus sueños. Dime que tu estantería no está vacía y que tu libro favorito no es un best seller. Hazlo con tanta pasión que me lo compre mañana. Dime que cuando puedes viajas, y que viajar no es lo mismo que hacer turismo. Dime que descubriste que el secreto de la felicidad no está en tener, sino en ser, crecer, dar y amar con valentía. Y dime que te partieron el corazón y que aún así lo pondrías sobre la mesa si se presentara la ocasión.
Dime que con tus 20 o 30 años lo mejor de ti no es tu belleza. No quiero un rato más, quiero alucinar contigo. No quiero mirarte, quiero admirarte. No quiero olvidarte, quiero que me dejes un surco después de beberte, como el café. Y, aunque pueda que no pueda ser, aunque se acabe o aunque duela, quiero que el rato contigo merezca, si así fuera, una dulce pena.
No me ligues, conquístame.
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