viernes, 25 de marzo de 2016

Se Llama Hipocondría Y Es La Enfermedad De Los Que No Están Enfermos

“Al aparecer el más leve síntoma, por ejemplo, un labio agrietado, de inmediato llego a la conclusión de que esto indica que debo tener un tumor cerebral, en una ocasión, incluso pensé que tenía el mal de las vacas locas”, Woody Allen dixit. Parece una frase sacada de una de sus películas pero es lo que el director reconoce al hablar de su hipocondría. Como él, mucha gente vive angustiada con que hoy podría ser su último día.

Ruidos extraños en nuestro estómago, dolores de cabeza, taquicardias… ¿Son síntomas de una enfermedad o simplemente sensaciones corporales que todos hemos sentido en algún momento? Si no estás seguro y a la mínima buscas en Google ‘síntomas de…’ porque piensas que de esta no sales, igual tienes un problema que se te puede ir de las manos. 


“La persona con hipocondría tiene un miedo excesivo a tener enfermedades graves”, define a grandes rasgos Ana Gutiérrez, psicóloga clínica. Pero no solo está obsesionada con las enfermedades, sino también “con la muerte y con tener que depender de otras personas”, añade.

Según el DSM (Manual de Diagnóstico Psiquiátrico que contiene una clasificación de los trastornos mentales por la que se rigen psiquiatras y psicólogos clínicos) la hipocondría se cataloga como trastorno de síntoma somático. Pero ¿cómo diferenciar a un quejica de un hipocondríaco? ¿Cuándo fijarse tanto en lo que sentimos se convierte en un problema psicológico?

No hay un perfil muy definido. “Afecta tanto a hombres como a mujeres, pero en general se desarrolla a partir de los 25-30 años”, aclara Gutiérrez. Y suele ocurrir en familias que han dado mucha importancia a la enfermedad, magnificando de forma desproporcionada cualquier problema de salud. “¿Que el niño no juega? Estará enfermo”, apunta Gutiérrez, y así “se genera una alarma cuando en realidad no la hay”.

Una persona hipocondríaca vive en un bucle que pasa por las siguientes fases:

1. Esto no me pasaba ayer

“Fijarse tanto en un lunar y pensar que tiene una pinta malísima y seguro que deriva en un cáncer” es un comportamiento habitual que Ana Gutiérrez se ha encontrado en su consulta como psicóloga.
El hipocondríaco se preocupa en exceso por la salud, hasta tal punto que no descansa hasta que “descubre” que tiene algo. El enfermo en potencia repasa cada síntoma imaginario -que para él es totalmente real- y va creciendo la sospecha de una futura enfermedad, por lo que decide acudir al médico.

2. Obsesión por transformar sensaciones en síntomas

Somos humanos, no robots. Y el funcionamiento del cuerpo humano conlleva una serie de sensaciones que son inherentes a las funciones corporales y, por tanto, totalmente normales: todos podemos captar los latidos del corazón, movimientos peristálticos, sudoración, etc. Para el hipocondríaco, todas estas sensaciones pueden ser interpretadas como síntomas de posibles enfermedades.

Ana realiza una prueba en su consulta. “Si yo le digo a la persona hipocondríaca ‘fíjate en tu codo derecho’, al cabo de dos minutos, algo está sintiendo en su codo derecho. Y si le pido que se fije en sus latidos del corazón, al final dejará de respirar para concentrarse en escuchar su propio latido, con lo que su ritmo cardíaco va a alterarse y ese cambio lo interpreta como un síntoma de enfermedad”.

3. Pruebas y más pruebas

Después de autoanalizarse hasta la saciedad, el hipocondríaco acude al médico -en muchas ocasiones con “una lista de posibles enfermedades esperpénticas que cree tener, extraída de Internet”- para que confirme su autodiagnóstico, relata Ana. El facultativo seguramente, tras descartar mediante pruebas médicas cualquier patología, le quitará hierro al asunto y con un “será psicológico” dará por zanjado el tema.

4. Nadie me entiende

Tras pedir una segunda opinión (a veces incluso una tercera o más) lo curioso es que, aún con la confirmación médica de no padecer ninguna enfermedad, el hipocondríaco no respirará tranquilo, es más, desconfiará de los médicos y seguirá empecinado en que los síntomas que describe derivarán en una terrible enfermedad. Y vuelta a empezar.

Cuando esta preocupación excesiva por la salud “salpica a la vida social, laboral o al desarrollo normal del día a día de la persona” hay que empezar un tratamiento, apunta Ana. En general es algún familiar el que ve que está metido en un bucle ilógico y convence a la persona para ir al psicólogo.

Se inicia entonces un tratamiento para desensibilizar los síntomas. Por un lado, hay que desactivar el pensamiento de que cualquier sensación física va acompañada de una sintomatología de enfermedad. Y por otro, mediante técnicas de exposición y aproximaciones sucesivas se va forzando a los pacientes a fijar jerarquías de más a menos sensaciones de miedo. “Es un trabajo de desaprender: que alguien que se fija tanto en sus sensaciones corporales aprenda a fijarse en ellas pero precisamente para distinguir que es una sensación completamente normal”, explica la psicóloga.

En los últimos años Ana ha aplicado una terapia de tercera generación llamada EMDR (desensibilización y reprocesamiento de la información a través del movimiento de los ojos) con una efectividad “mucho más rápida”. La técnica consiste en conectar con una serie de movimientos el hemisferio izquierdo y el derecho accediendo a los traumas que se encuentran en el origen de esta enfermedad.

Lo importante es reconocer que se necesita ayuda, pedirla y tener la voluntad de ir entrar en las causas psicológicas que provocan la hipocondría para poder dejarla atrás.

Cuando Ser Libre Hace Que Te Sientas Solo

Estas son solo pequeñas muestras de todos los que han hablado sobre las inseparables palabras de libertad y soledad. De hecho, si en el apartado de imágenes de Google tecleas ‘libertad’, solo salen fotografías de personas solas perdidas en la inmensidad.

“Ser libre muchas veces es sentirse solo” dijo el poeta W.H. Auden.
Pero, ¿qué es la libertad? En el diccionario la definen como la “facultad y derecho de las personas para elegir de manera responsable su propia forma de actuar dentro de una sociedad”. Es decir, que la libertad significa elegir por ti mismo, sin tener en cuenta a los demás. Porque como bien dice Arthur Schopenhauer “solo se puede ser totalmente uno mismo mientras se está solo, quien, por tanto, no ama la soledad, tampoco ama la libertad, pues únicamente si se está solo se es libre”.

“A nadie le gusta vivir con una persona libre. Si eres libre, ese es el precio que tienes que pagar”, reivindicó Chavela Vargas.
El gran enemigo de la libertad es el miedo. El miedo a perder es nuestra autocensura. Podemos no estar encerrados en la cárcel, pero nuestras decisiones siempre van a traer unas consecuencias. Muchas de ellas inesperadas. Así que, la apariencia de que somos libres, puesto que somos nosotros mismos los que decidimos todas nuestras acciones, es hipócrita, ya que si somos sinceros, reconoceremos que no siempre tomamos las decisiones que más nos apetecen, sino las que supuestamente son correctas.


El grado máximo de ese miedo a mandarlo todo a la mierda y hacer lo que nos de la real gana se muestra al querer a otra persona. Puede ser tu familia, tu pareja o incluso tu mejor amigo. Hay una parte de ti que corresponde a ellos y ser libre puede desgarrarla. No puedes irte y dejar lo que más quieres a un lado. Tampoco imponerle tus decisiones. A eso hay que sumarle el segundo miedo: el dinero, que de algún modo refleja el instinto de supervivencia. Una sensación engañosa de seguridad que choca con nuestras ambiciones más libres.

Nuestra mente, nos proporciona un arma de doble filo: al mismo tiempo que nos da la virtud de pensar, nos dota de la reflexión, clave en la duda sembrada por el miedo. Así que para ser totalmente libre y hacer lo que tú decidas, solo puede alcanzarse a través de la soledad. “Cuando en las mañanas nadie te despierta y en las noches nadie te espera y puedes hacer lo que quieres ¿cómo le llamas a eso? ¿libertad o soledad?”, dice esta gran frase de autor anónimo.


Por si fuera poco, el año pasado, en 2015, salió un estudio psicológico que corrobora tales afirmaciones. Cuanto más conoces las normas sociales y sus repercusiones comunicativas, más propensa es la angustia al interactuar bajo presión y, como consecuencia, más dado a la soledad eres.

El experimento ―dirigido por Megan L. Knowles, profesora en el Franklin & Marshall College― consistió en examinar las habilidades sociales de 86 estudiantes universitarios pidiéndoles que reconocieran, sobre la pantalla de una computadora (al igual que en la película de Eva), la emoción desplegada en 24 rostros: vergüenza, miedo, felicidad o tristeza. Las pruebas se hicieron en dos fases: una diciéndoles que era una prueba de aptitud social y otra diciéndoles que era de aptitud académica. Los participantes solitarios rindieron mucho mejor en la segunda.


Y, ¿qué es la soledad? Si volvemos a coger el diccionario veremos que está definida como “circunstancia de estar solo o sin compañía. Sentimiento de tristeza o melancolía que se tiene por la falta, ausencia o muerte de una persona”. El ser humano necesita afecto por naturaleza. De hecho es esencial para su supervivencia. Necesitamos tener algo por lo que luchar. Somos una especie social y vivimos en grupo, aunque cada vez nos conozcamos menos dentro de él. “El instinto social de los hombres no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad”, decía Schopenhauer.

“La soledad es tremendamente bella porque es profundamente libre. Es absoluta libertad; ¿cómo puede crear tristeza?”, dijo el filósofo Osho. A lo que Gustavo Adolfo Bécquer respondió: “la soledad es muy hermosa … cuando se tiene a alguien a quien decírselo”.

En definitiva: necesitamos a nuestra gente más cercana, pero con ellos nunca podremos ser libres. “Todo nuestro mal proviene de no saber estar solos”, dijo el escritor Jean de la Bruyère. Quizá, para evitar este mal hay que hacer como Ernest Hemingway: “Yo temía estar solo, hasta que aprendí a quererme a mí mismo”. Aunque hay que recordar que acabó suicidándose.

Decidí Dejar Que Mi Relación Se Apagase En Vez De Romperla

Y me equivoqué. O no. No lo sé.

La última vez que le vi fue en un andén de metro. Él iba en una dirección y yo en la opuesta. Acabábamos de pasar otra tarde paseando y escrutando hasta la saciedad nuestros siete fallidos años de relación. Hay parejas que viven en un tarro de miel hasta que de pronto se acaba y se separan. No era nuestro caso. Nosotros habíamos tenido varios intentos de ruptura e incluso llegamos a conseguirlo durante un tiempo que para muchos sería de no retorno. Pero siempre caíamos en la trampa de pensar que “esta vez nuestros egos no se volverían a interponer en nuestra relación”.

Pasada la tregua de rigor, aparecían de nuevo los reproches, las luchas de poder, los “y tú más”, los “yo tengo razón”, y se acomodaban entre nosotros como Pedro por su casa. Se ponían las zapatillas, el batín, bajaban la persiana para ensombrecerlo todo un poco y no dejaban espacio para nada más. Amanecíamos preguntándonos cuál sería el motivo por el que discutiríamos ese día. Por eso que “dijiste ayer sobre mi madre”, porque “tus amigos son unos idiotas”, por ese “plato que lleva ahí desde el sábado” o porque “hoy tampoco has bajado la basura”.


Eso, cuando no caía una de las gordas. De las de “porque aquellas navidades”, o “aquel viaje en el que hiciste”, o “aquel regalo que no me hiciste”, o “aquello que dijiste delante de”… Y así pasaban los días, con un clima de capital norteeuropea en que la lluvia y las nubes dejan paso a cinco días de sol al año que te hacen mirar atrás y preguntarte si realmente hubo algo a lo que se le pudiera llamar verano.

Hasta que un día cualquiera dijimos “se acabó”, pero no de los de “cojo las maletas y me marcho”, sino de “a ver ahora qué hago”. Porque este tipo de relaciones se enquistan dentro de uno hasta tal punto que no puedes imaginar tu vida sin su paraguas. Así que no hicimos nada. Empezamos a hablarlo. A evocar cada tantos días la posibilidad de dejarlo. Al principio parecía una aberración, pero poco a poco fue tomando forma. Empezamos a mencionarlo a nuestros incrédulos seres queridos y a asegurarles que parecía que esta vez iba en serio.

Yo le acompañaba a visitar pisos y luego él me ayudaba a elegir bolso. Porque a veces hacíamos como que se nos olvidaba que lo estábamos dejando y nos acomodábamos en la familiaridad de “con un gesto saber qué estás pensando”, de “con tu aprobación me siento más seguro”, de “eres la primera persona en la que pienso cuando me ocurre algo digno de contar”.



Por un momento parecía que la idea de ayudar al otro a superar la ruptura contigo mismo no era una idea tan descabellada. Tal vez recordándole lo malos que fueron los malos momentos olvidaría lo buenos que fueron los buenos. Y que las fauces de nuestra tormentosa relación habían engullido gran parte la última década. Y que no habría finales felices, ni perdices, ni niños que se fueran a llamar como tanto nos había costado consensuar.

Al final instauramos ese extraño régimen de paseos en los que analizábamos todo lo que habíamos hecho mal mientras se nos escapaban los “cómo está tu padre” y los “qué mayor está tu sobrino” intentando demostrarnos a nosotros mismos y a nuestro ya agotado entorno que podíamos romper sin arrancar y sanar sin distanciar.

Pero la última vez que le vi fue en un andén. Él iba en una dirección y yo en la opuesta. Su metro llegó primero. Se sentó. Me miró. Le hice una mueca. Se rió y desapareció.

Los 9 Errores Que Te Impiden Ser Feliz Según Walter Riso

¿Te exiges demasiado? ¿Te comparas constantemente con los demás y tienes la sensación de no dar la talla? ¿Te angustia el futuro? ¿No te permites ningún error, ni siquiera dudar frente a algo? Son las preguntas que plantea el psicólogo Walter Riso en su nuevo libro Maravillosamente imperfecto, escandalosamente feliz (Editorial Planeta, 2016) que tiene la premisa de que nacemos para ser felices, no para ser perfectos. 

Riso es un auténtico fenómeno de masas. Ha publicado 25 títulos de divulgación, seis de psicología para universidades y, de toda esta culta marabunta de letras, ha vendido más de cinco millones de ejemplares y lo han traducido a doce idiomas.

Lleva más de treinta años de consulta, así que probablemente habrá visto estampas más insólitas en su despacho que en una rave psicodélica. En otras palabras: el doctor Walter Riso, aparte de ser hiperactivo con el teclado, ha revolucionado a medio mundo con la psicología cognitiva (los procesos mentales que están implicados en el proceso del conocimiento, como la percepción, la memoria o el aprendizaje). Su mensaje es como para tatuárnoslo: “La realización personal no está en ser ‘el mejor’, sino en disfrutar plenamente de lo que haces”.

Así que limpiemos nuestras mentes. Liberémonos, y sorprendamos a la humanidad con nuestra alegría desbordada. Desprendámonos, y se dice fácil, del perfeccionismo obsesivo, del estrés, de la fatiga, de la ansiedad y de la frustración. ¿A que ya nos vamos sintiendo un poco mejor?

He aquí, según el gurú de la felicidad, diez errores típicos que debemos evitar:

1. Maltratarte porque no eres como ‘deberías ser’ es acabar con tu potencial humano.

2. No te compares con nadie: la principal referencia eres tú mismo.

3. Las personas normales dudan y se contradicen: las “creencias inamovibles” son un invento de las mentes rígidas.

4. Desinhibirse es salud: no hagas de la represión emocional una forma de vida.

5. Reconoce tus cualidades sin vergüenza: menospreciarte no es una virtud.

6. La culpa es una cadena que te ata al pasado: ¡córtala!

7. No te obsesiones por el futuro: ocúpate de él, pero no dejes que te arrastre.

8. Someterte al “qué dirán” es una forma de esclavitud socialmente aceptada.

9. Permítete estar triste de vez en cuando: la euforia perpetua no existe.

Siempre se habla del amor incondicional como algo que siente un padre por su hijo o al que se puede atisbar en algunas parejas, pero el mayor amor incondicional debería ser el que se siente por uno mismo. A partir de ahí se pueden crear vínculos de diferente intensidad con la gente que nos rodea, pero si nos boicoteamos y nos machacamos no podremos proyectar relaciones sanas hacia el exterior ni alcanzar la plenitud.

domingo, 13 de marzo de 2016

Cómo Convivir Con La Soledad Después De Una Ruptura

Dolor. Y no de cualquier tipo, sino de ese que se agarra a tu pecho queriendo salir desde lo más profundo de tus entrañas. El que cuando intentas sonreír, te da un jirón en el corazón para recordarte que tienes que seguir triste. Porque ahora estas en una de las múltiples etapas que tiene el desamor, las cuales debes superar una a una, y como oses hacer un vano intento de saltarte alguna, la recaída será el doble y la recuperación se hará eterna.

Para bien o para mal, has compartido una importante parte de tu tiempo con otra persona, pero ya no está, se fue, y la simpleza de ese acto hace que ahora todo sea más complicado. ¿Quién te libra a ti del aluvión de recuerdos que te martirizan incluso cuando estás durmiendo? Nadie. Y no sirven los pretextos tales como, que tus amigas son tu gran paño de lágrimas, ni los cola-caos de cada noche, ni las de veces que veas películas románticas – acuáticas (véanse títulos como “El Diario de Noah” y compañía). Estás sola, inmersa en una vorágine de sentimientos que parecen disputarse el premio al más deprimente de todos. Porque esa es la cara oculta que no se cuenta, que no se ve, y de la que incluso te avergüenzas.

Soledad, de la mas ruda y pura que existe, y que a la vez es testigo fehaciente de tu rabia y dolor. ¿Por qué empeñarnos en disimular y maquillar el sufrimiento interno? Cuando lo único que sientes en tu interior es impotencia. Ves todo oscuro, de la gama de colores del agujero negro. Sientes odio y amor a partes iguales, cuanto más rencor intentas albergar, mas melancolía invade tu cuerpo. Pero eso no es lo peor de todo, lo realmente duro es convivir con ello, día tras día, porque sabes que el dicho de “mañana será otro día” aquí no se cumple. Mañana quizás sea incluso peor que hoy, o tal vez no, pero aun queda una tormenta a la que sobrevivir. Y lo haces con la única compañía de tu propia soledad. Porque intentarán animarte, con toda la buena fe del mundo, queriendo de ese modo que olvides y pases pagina. ¡Qué facilidad tenemos para dar consejos y qué difícil es llevarlos a la práctica! Por muchas palabras de aliento que recibas, solo una misma sabe lo que realmente padece, y francamente, es sentirse la persona mas insignificante e irrisoria del mundo.

Y es que a veces, hay que ahogarse en la pena y sumergirse en ella. Llorar a mares, patalear y maldecir a los cuatro vientos tu lastimosa situación emocional. Estas desconsolada y hundida con más ganas de meterte en la cama y no salir que de fingir una sonrisa a cualquiera que saque las agallas para hablarte. Por si eso no fuera suficiente, además estas irascible y enfadada con esta vida inmunda y calamitosa que no te deja ser feliz. ¿Qué he hecho yo para merecerme esto? Posiblemente nada, te ha tocado y punto.

La soledad es ahora tu mejor amiga, aquella que cogerá tus lagrimas, que te dará la razón en todo, no intentará animarte para que salgas de fiesta, ni que dediques tu tiempo libre a hacer yoga o leer libros de autoayuda. Será tu fiel compañera en la andadura de la cara oculta de las rupturas amorosas. Aunque sabes bien, que no es para siempre, pues como decía John Milton “la soledad es a veces la mejor compañía, y un corto retiro trae un dulce retorno”.

La Explicación De Por Qué Ya No Te Escribe No Te Va A Gustar

Todo iba genial, conociste a un chico y, aunque sabías que la cosa iba muy rápido, te dejabas llevar porque estabas encantada. Empezasteis a quedar unas cuantas veces, os lo pasabais bien y tus amigas ya estaban avisando que querían conocerle. Tu madre, que tras tu última ruptura, se había llevado un disgusto y no quería volver a saber nada de tus historias, al menos, te veía contenta y te acabó preguntando qué asunto te traías entre manos. Tú muy ilusa le hablaste de un chico maravilloso que te tenía encandilada.

Pero un día, sin venir a cuento… SILENCIO ABSOLUTO. No solo no te escribe, sino que decide no contestar a tus mensajes, ni tus llamadas. 



Nosotras, que somos a veces un poco tontas, lo primero que hacemos en esta situación, es hacer un repaso mental de la última vez que nos vimos para saber por qué ha podido tomar esa decisión. “¿Cómo llevaba el pelo?”, “¿dije alguna estupidez?” “¿Iba ojerosa?”. Porque sí, somos así. En lugar de pensar que esa persona no es ni medio decente como para saber despedirse o poner fin a algo, nosotras nos ponemos a analizar cualquier idiotez como si fuese por nuestra culpa. El pelo ¿pero cómo te va a dejar de hablar porque llevemos el pelo mal? Pero sigues dándole vueltas, sigues escribiéndole como si fuera a contestar, esperas su llamada y monitorizas todas sus actualizaciones de redes sociales. Y no, no sabes NADA DE ÉL. Enhorabuena, te han hecho un ghosting.



Más conocido como: TE HAN DEJADO SIN DECÍRTELO A LA CARA.

¿Qué es lo mejor que puedes hacer? Distraerte, porque el ghosting es jugar a un juego en el que solo participas tú. Y antes de volverte loca, lo mejor es pasar a cosas que no te hagan recordarte que el problema no es tuyo sino suyo.

1. Engánchate a una serie

Hay momentos en los que, lo mejor para no pensar mucho es empezar una serie que te haga entretenerte un poco o incluso echarte unas risas. Ojo con la que te pones, no vayas a acabar peor, pero mira a ver cual tiene menos tramas románticas o con cuál vas a estar a carcajada limpia. Si no eres de series y necesitas refugiarte en un libro, puede que esta sea la ocasión para retomar las lecturas pendientes. Ya que esa persona ha decidido desaparecer, no abandones las cosas que sí merecen la pena.



2. Desahógate

Sí, queda con tus amigos y despotrica a gusto. Pero no te recrees mucho con la situación. Al final acabarás quemada tú y quemando al resto con el tema y no viene bien darle vueltas al asunto. Primero porque no vas a encontrar la respuesta, segundo porque tus amigos tampoco y tercero porque si por fin has conseguido quedar con tus amigos o con una amistad que hace mucho que no ves, lo último que se merece el desaparecido, es acaparar la charla.



3. Haz una lista de tareas por hacer

Organízate y empieza a convertir la semana en la cosa más productiva del mundo. E incluso, puede que sea ocasión para ponerte con los recados, los quehaceres y añadir a la lista cosas nuevas por hacer o por querer hacer. Marcarte objetivos y cumplirlos. Esa sensación que te devuelve el “OLE YO, JODER”.


4. Ve al gimnasio

A ver, sinceramente, que quien dice “gimnasio” dice salir a correr y quien dice salir a correr, dice salir a dar un paseo con una amiga y quien dice salir a dar un paseo, se puede convertir en arrasar en el ZARA con tu hermana. Pero sal, muévete, haz algo. Aunque mejor es hacer algo de ejercicio para soltar toda la adrenalina e ira acumulada. No estés todo el rato ni con la serie que acabas de empezar ni encerrada en los libros. Y si vas a hacerlo, hazlo para mimarte. Peli, manta, beauty day. Lo que quieras, pero nada de autocompasión.



5. Organiza el próximo viaje

Coge a tus amigas o amigos y plantead donde leches os encantaría hacer una escapada. Y aquí viene lo interesante: HACEDLA. Dejaos de “hay que…” y organizad el viajazo con el que se te va a quitar la tontería en dos segundos. Tener un plan divertido y que emocione a corto plazo, anima mucho. Piensa que si estuvieses con esa persona, no harías este viaje con tus amigos, así que al final, habrá que darle las gracias y todo

6. Déjalo ir

Haz lo que quieras. No te pongas la serie, no leas el libro, no te vayas al gimnasio o no organices el viaje de tu vida, pero lo que NO DEBES HACER, es seguir poniéndote en contacto con esa persona. Por tu orgullo, tu amor propio y tu sensatez. Si él ha decidido desaparecer de una manera tan ruin, no seas tú la que vaya detrás como si no tuvieras nada mejor que hacer. Y si no te quiere, que se joda.

Lo Tuyo No Es Amor, Es Dependencia Emocional

¿Son las diez y media de la noche y te entra ansiedad cuando no te contesta al enésimo “te quiero tanto, mi vida…”? ¿Te sabes de memoria todas sus fotos de Facebook –con sus correspondientes comentarios— desde el principio de los tiempos? ¿Le das los buenos días antes si quiera de quitarte las legañas? ¿Te parece que una ruptura te llevaría un perpetuo e insoportable agujero negro de angustia y desazón a tu vida? Pues entonces, sí, va a ser que lo tuyo no es amor, sino dependencia emocional.

Hay muchas señales para identificar que una relación no es sana. Y muchas veces, por desgracia, se confunden. Casi nadie dependiente piensa que sí que lo es. Puede que vea una relación de otro y piense “joer, pobres, es que vaya dependencia”. Pero la suya, no. La suya es amor intenso, admiración, ganas de estar con el otro, y bueno, sí, quizá algo de celos de vez en cuando, pero ¿quién no es celoso alguna vez; eh?, ¿quién no?

Lo cierto es que hay cosas que no son normales. Lo mires por donde lo mires. No es normal sentir que la vida pierde sentido sin el otro. (No, no lo es, en serio). No es normal querer controlar al otro de manera obsesiva para así tener la seguridad de que nunca lo vas a perder. Y tampoco es normal sentirse hundido si el otro se enfada contigo o traicionado cuando dice que le apetece cenar con sus amigos sin ti. Y contar el tiempo que queda para volver a verlo cuando estás merendando chocolate y crepes con tus amigas un domingo por la tarde no es normal. Repite conmigo: no es normal.

Y esto nos lleva a la madre de todos los corderos: buscar una relación equilibrada sin ser una persona equilibrada es harto complicado. Y es por eso que las relaciones dicen siempre más de nosotros que de la otra persona. Nosotros elegimos. Aunque tus amigas piensen que es él, que quiere que estéis siempre juntos; aunque tus amigos te vacilen porque la llevas a todos lados. Lo cierto es que quien lo hace eres tú. Quien necesita sentir ese cariño permanentemente eres tú. Y quien se está construyendo un muro alrededor de sí mismo eres tú mismo.

Lo curioso es que aunque los dependientes quieren pasar juntos todo el tiempo posible, estar en permanente contacto, muchas veces lo proclaman a los cuatro vientos. Nos incluyen a todos en ese amor tan hondo, tan para siempre con el que han sido bendecidos. Yo, por ejemplo, tengo un primo segundo que da vergüenza ajena y que no lee Código Nuevo, espero. El caso es que el tío pone cada día dos o tres fotos en el Facebook con su novia.

Se dan los buenos días públicos llenos de besos cibernéticos y faltas de ortografía. Suben una foto cuando duermen la siesta juntos, perro-patada mediante, y alguna declaración de amor antes de dormir. Y lo hacen todos los días. Sí. Todos. Entre foto y foto nos hemos comido el aniversario de su primer mes de relación en la bolera, los tres meses en la pizzería del centro comercial y las veinte semanas tomando paella y jugando a las cartas en el pueblo de su abuela.

La cuestión no es esta pasión alocada e incontenible cibernéticamente que le ha entrado, que también. La cuestión es que hace siete meses, con su anterior novia, era lo mismo. Y hace año y pico, con la de antes –esa sí que iba a ser para siempre-, la historia se repetía. Siempre juntos. Amor eterno. Mi vida por ti. Sin ti no soy nada. Y no sigo, que me enciendo. Como para no silenciarlo está la cosa.


Ojalá No Te Quieran Más, Sino Mejor

Ojalá nadie tenga que decirte nunca que te quiere demasiado. Si el amor es demasiado, es poco amor. Desmitifiquemos algunos de esos sucedáneos del amor que muchas veces nos distraen de la posibilidad de querer Mejor…

El amor no es ciego, sino que ve claramente, incluidos los defectos del otro, y los quiere y acepta como son.
El amor no compite. Quien bien te quiere, prefiere dormir contigo en la cama que dormir abrazado a su orgullo en el sofá.
Quien está loco, nunca lo está de amor. El amor nos hace más conscientes, más presentes y más amables. El amor nos conecta con la tierra, con las personas y con la vida real.
Tener celos nunca es un gesto de que le importamos. Los celos son egoístas, posesivos y a menudo una señal de inseguridad. Quien te quiere mejor, no te quiere controlado ni preso. Te quiere libre y libremente.
El amor no colecciona fotos en blanco y negro. El amor está vivo, se hace presente a cada paso y es a todo color y en alta definición. Los amores borrosos y bañados de nostalgia no son amores, sino ideas platónicas.
El amor no para el tiempo, sino que sincroniza el corazón con el reloj de la vida, para acompasar los pasos de dos personas hacia un proyecto real y viable, un camino real en circunstancias concretas.
El amor no son medias naranjas. Nadie necesita a otro para ser completo, y solo de la riqueza de cada uno, maravilloso por sí solo, puede surgir una relación que valga la pena.
El amor no significa conexión total. Hay momentos en que sentimos unidad plena, pero en la mayoría de situaciones del día a día, cada uno vemos el mundo de una forma y habrá muchos motivos de desacuerdo e incluso discusión.
El amor no basta. Hace falta fuerza de voluntad para superar adversidades y miedos, trabajo en equipo para confiar y crecer juntos, y muchos ingredientes más que el amor necesita para no destruirse a sí mismo.
El amor va más allá. El amor no encierra, ni aleja de los amigos, ni quita las ganas de trabajar o de cultivar aficiones. El amor no nos llena, sino que nos abre y expande para seguir teniendo más hueco que llenar cada día: más sed, más ilusión y más amor para el resto del mundo y de la vida.
Ojalá no te quieran ciegamente, ni locamente ni a cualquier precio. Ojalá te quieran cada vez mejor, con todas las ganas de seguir mejorando en el camino de quererse, de querer y de quererte.

sábado, 12 de marzo de 2016

La Alegría Es Efímera, La Felicidad Puede Perdurar

Dicen que la alegría es una reacción química, un estado emocional transitorio, opuesto a la tristeza. De ser así, no seríamos más que el punto en una gráfica que oscila constantemente entre la euforia y la depresión. Pero somos más que un estallido de partículas, mucho más que un intercambio de iones. La alegría puede ser efímera… pero la felicidad ya es otra historia.

No es lo mismo ser feliz que estar alegre. La felicidad es esa panacea que todo el mundo busca pero cuya receta nadie conoce; en cambio, todo el mundo sabe cuándo se siente alegre. Solo tienes que jugar un partido con tus amigos, salir a tomarte un café, dejar que el sol acaricie tu rostro o recibir los cariñitos de tu mascota. No cabe duda de que en esos momentos la vida es buena, y de que ese calorcillo que sientes en tu pecho es lo que llamamos alegría.


Por desgracia, nuestras hormonas son caprichosas y el más leve cambio en su proporción basta para que pasemos de la tranquilidad al caos. Tristeza, rabia, nostalgia… Podemos experimentar tal cantidad de emociones que cualquier listado que elaborásemos al respecto se quedaría pequeño.

La cuestión, sin embargo, no es lo que sientes sino lo que eres. El profesor Alex Ramírez-Arballo dice en un podcast que no somos nuestras emociones. Ni nuestros miedos, ni nuestras dudas, ni nuestros traumas, ni nuestras inquietudes; todos tenemos de eso en grandes cantidades pero nadie es igual que los demás. Eres única o único, y eso es porque lo que eres no depende de lo que sientes en cada momento, sino de algo mucho más profundo y perdurable.

Depende de ti.

La felicidad, a diferencia de la alegría, no es un estado emocional sino un estilo de vida. Luis Carlos Lacorte nos lo dijo así cuando le entrevistamos hace ya un tiempo: cuando alguien tiene la actitud de ser feliz, consigue ser feliz.

Hay personas que sufren mucho. Pero mucho, mucho, mucho… Personas que no tienen nada, literalmente. ¿Y sabes qué? Que probablemente sean más felices que cualquiera de nosotros. No siempre están alegres, claro; pero saben que el mero hecho de abrir los ojos cada mañana ya es un regalo, y por eso lo reciben con una sonrisa que no brota de la química de su organismo, sino de lo que anida en su corazón.

Eso es felicidad, algo más duradero que cualquier chute de alegría.

Con Cariño Desde El Cáncer

Diagnóstico Anatomopatológico: Cáncer de _ _ _ _ _ _ _ _ _. [Rellenar según el caso]

Y así de frío es como recibes un resultado de una prueba que jamás desearías haber visto. En el mejor de los casos, en lugar de eso encuentras directamente el nombre de la enfermedad, que tras ser buscada en Google (nunca busques en Google nada relacionado con una enfermedad) descubres finalmente el nombre más común que empieza por “Cáncer de”. Un escalofrío recorre tu nuca, se te encoge el pecho y el pánico se apodera de ti. ¿Por qué nos asusta tanto esa palabra? ¿Es acaso la peor enfermedad que se puede tener? ¿Por qué para los que están lejos de tener a alguien cercano padeciéndolo les parece algo tan innombrable? ¿Por qué te miran con compasión y casi dándote el pésame cuando les cuentas el diagnóstico?


Según el la Organización Mundial de la Salud en un estudio realizado en 2014, se prevé que los casos anuales de cáncer aumentarán de 14 millones en 2012 a 22 millones en las próximas dos décadas. ¿Cómo no vamos a asustarnos? ¿No te da la sensación que de repente cada vez más gente de tu alrededor padece esta enfermedad?

Cualquier enfermedad, la padezcas tu o alguien cercano, te genera una sensación de vulnerabilidad que asusta. Pero también he descubierto que además de asustar es de esas cosas que sin duda te hace reflexionar. Pasas por diferentes fases y cada una de ellas te aporta un buen puñado de cosas malas y otro gran puñado de cosas buenas.

En la primera fase todo es miedo para ti y para los que están a tu alrededor. Miedo por desconocimiento, miedo por vulnerabilidad e impotencia pero sobre todo, miedo a los números. Es importante leer al respecto pero al final lo que vale y lo que cuenta es lo que tu o esa persona cercana a la que sin duda quieres, va a pasar. Las estadísticas son de esas cosas que te pueden llegar a obsesionar, porque ¿en qué tramo estás? incluso si hablas de un 90% de curación piensas que sin duda alguien tiene que pertenecer a ese 10% que no lo supera; esto a tu mente la destruye. La principal reflexión a la que se llega es, tras el típico ¿por qué yo? o ¿por qué él?, es cuando aprendes el ¿por qué no? Y es que este tipo de cosas son una loca lotería que no entiende de número de papeletas compradas. Te tocó y punto.

La segunda fase es la de aceptación, suena frío, hasta suena helado, pero es así se acepta e incluso te insensibilizas y lo normalizas. Y ahora podéis pensar que esto es horrible o podéis pensar que es la manera de tirar para adelante intentado nadar para no hundirte. Lo aceptas tu, lo aceptan los tuyos y entonces pones encima de la mesa el resto de cosas buenas que tienes y ojo, aprendes a valorarlas mucho más y de repente de alguna manera irónica, te sientes afortunado. ¿No es esto muy injusto? ¿No deberían ser las personas que no lo padecen y ni siquiera les roza de cerca las que se sientan más afortunadas? Pues curiosamente es así, nos pasamos la vida quejándonos de casi todo lo que carece de importancia cuando al final, son precisamente esas pequeñas cosas las que nos hacen sentir afortunados cuando algo realmente importante por lo que preocuparte pasa por tu vida para quedarse.

La tercera fase es la de admiración y esta es la fase sólo para los que estamos muy cerca y lo vemos desde fuera aunque lo sufrimos igual. Nunca antes me había dicho a mi misma con mayor firmeza “cuánto me queda por aprender”. No dejo de sorprenderme de ver como gente a la que quiero que está pasando por esto, se convierten en las personas más fuertes del universo, y esto me emociona, me emociona muchísimo.

La cuarta y última es la de superación. Y ojalá, todo el mundo llegara a esta etapa para mirar atrás y ver cuánto han conseguido pero, por desgracia, no siempre es así. En el mejor de los casos, creo que algo así no se supera jamás, porque quizás la persona que empezaste siendo se quedó en el camino. Sin duda alguna es de esas cosas que te cambian por dentro para siempre. Mi padre dice que casi lo peor de todo es vivir con una parte de ti que no consigue ser 100% feliz, que tiene miedo a que las cosas estén del lado del porcentaje equivocado, y yo no soy capaz de acostumbrarme a eso.

Sin embargo, y a pesar de todo, seguramente seré muy afortunada porque lo que veo a mi alrededor es gente saliendo de esto, y de lo que realmente me doy cuenta es de que ellos me han cambiado a mi. Cada día cuenta y la manera en que decides afrontarlo es lo que cambia el resultado de absolutamente todas las cosas que vives. 

Con cariño desde el cáncer.

No Estés Con Alguien Para Hacerle Un Favor Y Haz El Favor De Dejarle

Una de las cosas que aprendes según vas cumpliendo años es que la gente no cambia. A ver, sí; todos mejoramos algo, aprendemos a ser más serenos o menos impetuosos, quizá. Pero en general, especialmente pasados los 25, la gente es como es. Y punto. De nada sirve que a ti te prometan que van a ser más sinceros, más cariñosos o menos directos. No se van a moldear. Lo tomas o lo dejas.

Pero no. Caprichosos de nosotros, a veces nos empeñamos en creer que la gente cambia, que hay relaciones que van a algún lado cuando sabemos de sobra que no van. Nosotros, capaces de caminar sobre las aguas, nos encariñamos y no queremos hacer sufrir. Aunque esto sea una perugrullada. En general, nadie quiere hacer sufrir. Sí, vale, hay excepciones. Pero hablamos de las personas normales, no de ‘los otros’.

Y es que esa es otra de las lecciones de la vida: a veces vas a hacer sufrir aunque no quieras. Lo siento, asúmelo: no puedes controlarlo todo. Y a veces el otro sufre como un perro abandonado. Y sufre por tu culpa, sí. Sufre porque lo has dejado. Sufre porque le has dicho que lo quieres, que lo quieres mucho, pero que la relación no puede seguir. Sufre porque quizá se lo esperaba, quizá llevaba meses esperándolo pero confiaba en que las cosas cambiaran, en que él cambiara, en que tú cambiaras. Pero, ya te lo he dicho, las personas, en esencia, no cambian.

Así que cuando tomas la decisión y te armas de valor, lo dejas. Y tú, te crees, sufres porque estás haciendo sufrir. Pero, no, lo que haces, sobre todo, es sufrir por ti. Seamos sinceros, que aquí solo estamos hablando tú y yo.

Cuando dejas a alguien tú también sufres, sí. Pero por ti, por tu orgullo, por tu reputación, por el miedo a que no venga algo mejor, por haberte demostrado a ti mismo que no eres el alma inmaculada que te creías. Y porque a todos nos fastidia no tener razón y no hay prueba más evidente de que nos hemos equivocado que romper una relación, aceptar que aquello que creías óptimo, ya no lo es. Y luego, pero luego-luego, sí, también sufres por el otro, claro. Pobre.

Así que aquel que crea que dejar una relación es fácil, miente. Miente como un bellaco. Pero no miente solo porque romper una relación que sabemos que no es para nosotros sea un acto de respeto y honestidad con el otro, no. También lo es hacia nosotros mismos con el que aprendemos a aceptar nuestros límites.

Las relaciones no están para hacer favores. O no están para que uno sienta que hace un favor. Así que, punto uno, si tienes complejo de mártir, busca otro lugar en el que expiarlo. No eres más sacrificado ni mejor persona por mantener una relación que sabes que no es lo que quieres. Deja de poner de excusa que el otro sufre. Pobrecito él. Pobrecita ella. Con lo que te quiere. Con lo importante que tú eres… Pues, punto dos: lo siento, pero no eres tan importante. No es nada personal, solo que nadie nunca lo es. El mundo, también su mundo, seguirá girando sin ti.

Sé valiente y di la verdad. Dite que lo quieres dejar porque no te compensa, porque no te gusta vuestro presente, porque no ves futuro, porque no sabes por qué pero te avergüenza llevarlo a cenar con tus amigos, porque te molesta que camine tan lento, que coma tan rápido, que estornude tan alto. Deja el discurso de que es lo mejor para ambos. Quién eres tú para saber qué es lo mejor para él. Dejarlo es lo mejor para ti y con eso basta. Acepta tus sentimientos, tus ilusiones y, eso sí, dilo con cautela. Aunque nuestro ego se alimente con sus lágrimas, casi nadie merece sufrir por nosotros.

Sin Mí No Soy Nada

Bailar, conocer, explorar… quizá amar.  Yo soy ese compañero inseparable que siempre estará a mi lado. Soy esa mejor amiga que me entiende mejor que nadie, y ese amante maravilloso que sabe exactamente lo que me seduce y encanta.

¡Cuánto me río con mis chistes! Siempre me parecen buenísimos. Además, sé exactamente mi plato favorito, el color que más me gusta y el regalo que puede hacerme más ilusión. ¡Es lo que tiene pasar 24 horas a mi lado! Lo curioso es que no todo el mundo puede decir lo mismo: hay personas que no se han parado a pensar qué les encanta, ni a darse el gusto de vez en cuando.

“Amarse a sí mismo es el comienzo de un idilio que durará toda la vida.” Oscar Wilde
Claro, me encanta embarcarme en proyectos, compartir experiencias y formar equipo, pero siempre llevo un equipaje indispensable para cualquier viaje: me llevo a mí. Con mis defectos y mis fortalezas, pero siempre voy conmigo. Si soy generosa, lo soy con toda la capacidad de querer que he aprendido conmigo. La autoestima es la primera escuela del amor.

Es mucho más difícil que los demás nos puedan dar algo que nos haga ilusión si ni siquiera nosotros sabemos decir qué es lo que nos ilusiona. Los extremos se tocan, y por eso ser complaciente es igual de negativo para una relación que ser muy egoísta. Si no nos queremos a nosotros mismos de manera equilibrada, aceptando las limitaciones que tenemos y también reconociendo lo maravillosos que somos, difícilmente podremos tratar a los demás de esa forma: queriéndoles tal y como son.

El secreto está en encontrar a una persona que sepa estar sin ti, pero que prefiera estar contigo. Una persona que justamente se quiera a sí misma con tantas ganas como le pones tú a quererte. Por eso se trata de ser también esa persona, la que se quiere a sí misma lo suficientemente como para no necesitar completarse con nadie. Entonces, y solo entonces, el amor mutuo será inmenso, y duradero.

“Existe una evidencia muy grande de que cuanto mayor sea nuestra autoestima mejor vamos a poder tratar a los demás“. Nathaniel Branden
Si no somos felices solteros, no lo podremos ser en ninguna relación, por perfecta que sea. Tampoco podremos emprender y triunfar con socios, ni formar un gran equipo de trabajo. Como madres o padres fracasaremos también, porque la autoestima es como la raíz del árbol de todas las demás relaciones.

Por eso, hoy quiero recordarte y recordarme a mí mismo: lo que sea, pero conmigo. Porque sin ti lo soy todo, por mucho que me encante y pueda elegir estar a tu lado, pero sin mí no soy nada.

viernes, 11 de marzo de 2016

Tocar Fondo Es Otra Forma De Mantener El Equilibrio

Análisis

De todos es sabido –ya sea porque lo hemos visto de cerca o padecido– que la vida no se presenta siempre de color de rosa; que en ocasiones adquiere tonalidades más bien oscuras; que su cambiante fisonomía está llena de alteraciones y de altibajos.

Nuestro comportamiento humano, y con ello nuestro instinto de supervivencia, suele chocar bastante a menudo y de frente con estas variaciones a la baja, o hasta incluso terminar por no aceptarlas. Y es aquí donde podemos caer en un peligroso bucle. Esto le puede pasar a cualquiera, nadie está a salvo de la tristeza, de la pena o de la depresión.

Según un estudio de la Organización Mundial de la Salud, la depresión es la enfermedad más frecuente en la adolescencia, y ya hay quien la considera la enfermedad del futuro. Además, a día de hoy, la sufren 350 millones de personas alrededor de todo el planeta. Desde siempre, el ser humano ha estado a punto de tocar o ha tocado alguna vez fondo.

Ya en 1887, el escritor ruso León Tolstói, en su ensayo Mi confesión, hablaba sobre crisis depresiva y conseguía definirla de manera cotidiana y certera:
Adaptación, Activación y Supervivencia

Está bien, hemos tocado fondo, pero seguimos vivos. ¿Y ahora qué? Pues ahora, si lo pensamos, es imposible ir más abajo. Tenemos la grandísima oportunidad de aprovechar esa falsa seguridad para impulsarnos y salir a flote. Quizá sea un equilibrio inestable, pero es el único que tenemos para continuar. No conocerás jamás a nadie al que le guste estar en este lugar ni en esta posición, pero como se dice desde tiempos inmemoriales: “de todo lo malo se saca algo positivo; de todo se aprende”. Cuando alcanzamos ciertos límites físicos o psicológicos podemos llegar a ver y a comprender cosas que antes nos parecían imposibles, e incluso llegar a conocernos mejor.
Es en la aceptación de que tenemos un problema y en la adaptación al mismo donde encontramos la llave con la que revocar la situación. Son la activación y el aprendizaje las piezas claves para lograr la supervivencia. Sobre todos estos términos ya hablaba y escribía Charles Darwin, dejando puntos como el siguiente, que de ser llevados a cabo, bien podrían convertirse en seguidos y no en finales:
Conclusión

Los años nos van enseñando que la vida está llena de giros y que nunca deja de dar vueltas –al igual que la Tierra–; que está compuesta de ciclos, de tiempos mejores y de tiempos peores; que puede sonar a lo de siempre pero que de hasta el agujero más hondo se sale, menos de uno al que todos estamos predestinados, y todavía no queremos que llegue ese momento. Es necesario tener siempre muy presente que si estamos a punto de tocar fondo, ya queda menos tiempo para volver a la superficie y respirar.

Y un último consejo: de nada sirve curarnos en salud para que no sucedan ciertas cosas. No es buena idea la de vivir a medias por miedo a sufrir o a caer. Es un gran error el no arriesgar para no perder, al igual que el no amar para no romperse. La melancolía, la aflicción, la pena, la tristeza… son sentimientos inevitables y necesarios para crecer como persona.

El Amor No Me Lo Digas, Házmelo

El amor no me lo digas, ni me lo cantes, ni me lo decores con versos o prosa. El amor, házmelo. Házmelo con tu forma de cuidarme el día que me encuentro mal, o preparando ese plato que sabes que me encanta… Házmelo pasando tiempo conmigo, escuchándome cuando no necesite consejos ni soluciones, y abriéndote de verdad para que pueda conocerte…

A veces nos llenamos la boca de promesas y elogios, y alimentamos la relación a base de “te quieros” al aire, pero en realidad lo que más importa es lo que realmente hacemos, lo que dicen nuestras acciones, que hablan mucho más alto que nuestras palabras.

“El amor se demuestra con hechos”
A todos nos ha podido encandilar alguna vez una persona por su forma de escribir, o de hablarnos al oído. Enmarcaríamos algunas frases que nos escribe por Whatsapp, y a veces se vuelve difícil distinguir si nos encanta pasar tiempo a su lado o si estamos más bien enganchados a su forma de hablarnos.

Coleccionar frases bonitas no garantiza el éxito de una relación. A veces nos sumergimos en una vida en pareja llena de demasiadas palabras y pocas acciones reales, y nos cuesta encontrar el momento para decir “se acabó”, porque aquello no lleva a ningún sitio. Otras veces es justo lo contrario, y aunque la pareja no nos empape con cartas de amor, sentimos que está ahí para lo que necesitamos y demuestra con actos una y mil veces lo mucho que le importamos.

“La belleza de una flor proviene de sus raíces.”
Por supuesto que las palabras visten, pero como ocurre con la ropa, aunque la mona se vista de seda, mona se queda. No se trata de decorar cada vez mejor la relación, para que cada vez suene más bonito lo que uno siente, sino de hacer crecer lo que sentimos, algo que realmente se notará en nuestros gestos más simples y los actos más espontáneos.

“La clase de persona que eres habla tan alto que no me deja oír lo que dices” Ralph Waldo Emerson
El amor es como una planta que necesita ser regada, y no es suficiente con la pasión del inicio, esa que toda relación tiene cuando se acaba de comenzar. Hasta las mejores historias de amor se pueden echar a perder por descuido, por falta de atención en las palabras, pero sobre todo en los actos.

Racionalmente y de forma consciente podemos controlar las palabras, pero los hechos hablan desde el inconsciente, y también los sentimos desde nuestro lado más primario. De forma sutil acabamos por dejar claro lo que realmente hay, y por eso a veces podemos notar que nos falta algo en alguien aunque las apariencias muestren una sensación de perfección.

También los actos pueden ayudarnos a descubrir si realmente queremos a una persona, cuando la duda aceche. Analizando los actos propios pasados podemos entender lo que realmente queríamos, lo que decían nuestras acciones. Siempre estamos a tiempo de volver a empezar, de marcharnos y dejarlo, o de elegir quedarnos impulsando con todas nuestras fuerzas a la relación para que el amor que haya por las dos partes supere las palabras y realmente se manifieste en pequeñas grandes acciones.

Soy Libre, Por Eso Me Tatúo



Una forma de expresión, un símbolo de identificación. O incluso un estilo de vida. El tatuaje no es sólo una moda; la expresión del arte sobre la piel supone para muchos el reflejo de la filosofía rebelde, contestataria, una forma de expresar visualmente las convicciones y una manera de integrarse o, más bien, de ponerse frente a frente con la sociedad. Y, desde luego, no son cosa de hoy: los primeros indicios de la existencia de tatuajes se descubrieron en una momia glaciar de 5.300 años, en la que se encontraron más de 50 rayas dibujadas en la espalda y en las piernas resultado, probablemente, de un ritual.

Ahora bien, mucho ha cambiado la película desde entonces. El tatuaje ha sido utilizado en la historia como símbolo de humillación o de control social (como sucedió durante el nazismo), pasando luego a usarse únicamente como protesta en la época punk y convirtiéndose casi en un complemento de moda en la actualidad. Aunque estas dos últimas tendencias todavía coexisten, y es muy diferente el valor que aportan al tatuaje aquellos que lo ven como una moda que los que lo tienen como estilo de vida. Porque algunos dicen que  todo el mundo puede tatuarse, pero ir tatuado de verdad no es para todo el mundo.




Tamy trabaja en el estudio Saint and Sinners de Madrid, en el que recibe a todo tipo de clientes, desde los que quieren hacerse un pequeño dibujo con un significado personal, para recordar un acontecimiento o porque les apetece dibujarse algún detalle que les dé personalidad, hasta los que llegan a ser ‘coleccionistas’ de tatuajes. “Algunos de nuestros usuarios llevan dibujos de muchas partes del mundo. Buscan a los mejores en convenciones nacionales e internacionales y convierten su cuerpo en un lienzo para distintos artistas”, explica Tamy.

“Yo prefiero que sea así, que cualquiera tenga la suficiente libertad para hacer lo que quiera con su piel. Antes, llevar tatuajes estaba muy mal visto, y ahora quien más quien menos puede hacerse uno y llevarlo con orgullo”, comenta Tamy. Y completa: “el tatuaje es un arte y, como tal, debe estar al alcance de todos sin condiciones, sin que eso suponga restarle valor. Así es como la creación artística de hace grande, no delimitándola”.


Y, ¿qué dice la ciencia al respecto? Son muchos los estudiosos que se han dedicado a analizar qué pasa por la mente de alguien que quiere hacerse un tatuaje, para poder establecer patrones de conducta y definir los ‘perfiles del tatuado’. Los investigadores alemanes Aglaja Stirn y Elmar Brähler publicaron un análisis en 2006 que establecía que los individuos con modificaciones corporales como tatuajes se consideraban a sí mismos más individualistas y fuertes. Otro investigador, Thomas Kappeler, concluyó en otro análisis publicado el mismo año que las personas tatuadas tienden a buscar sensaciones más extremas, más intensas y potencialmente peligrosas. En la misma línea fue el texto publicado por la Universidad de Columbia Británica de Vancouver en 2005, con una muestra de 280 estudiantes, que concluyó diciendo que las personas tatuadas suelen estar más abiertas a nuevas experiencias.

Porque, normalmente, la esencia sigue siendo la misma: “los tatuajes sirven tanto para plasmar la individualidad como para sentirse parte de un grupo pero, por lo general, mantienen ese componente de protesta y reivindicación, como una forma de decir que mi cuerpo es mío y puedo hacer con él lo que quiera”, explica la psicóloga clínica Marta Lorente. “Y también aportan un gran componente de refuerzo. Todos nos movemos y nos construimos según el refuerzo que obtenemos de los demás y, haciéndote un tatuaje, fortaleces ese sentimiento de pertenencia a un grupo”.


Tal vez por eso dicen que enganchan. Los amantes de los tatuajes no suelen conformarse con uno, y terminan decorando su cuerpo con varios dibujos en distintos sitios. En este caso, es el cerebro el que nos da los motivos: un tatuaje suele suponer una liberación, fruto de una reflexión. Hemos estado pensando el modelo, valorando el lugar en que hacérnoslo, hemos tenido que “atrevernos”. Por eso, cuando nos lo hacemos, nuestro cerebro nos recompensa con la segregación de diversas hormonas como la dopamina, que nos aporta una sensación de placer. “Con el tatuaje conseguimos sentirnos más auténticos, más interesantes, y de ahí que aumenten las posibilidades de repetir la experiencia buscando las mismas sensaciones”, asegura Marta Lorente.

Por eso son filosofía para tantas personas. Porque dicen lo que queremos, porque expresan nuestro modo de vivir, porque muestran al mundo que no nos conformamos. Porque plasman en nuestro cuerpo la misma voluntad que tenemos cuando elegimos una joya o una camiseta. Porque nos hacen sentirnos genuinamente libres.

No Es Verdad Que Los Hombres Teman A Las Mujeres Independientes

Hay quien dice que los hombres tememos a las mujeres independientes. También existe el tópico de que no aguantamos que cobren más que nosotros (si fuera verdad yo lo tendría muy difícil para encontrar a alguien). Ojo, hay que saber distinguir entre tu pareja independiente y aquella novia que no ves hace tres semanas y eso que es tu vecina, o entre tu pareja independiente y alguien que pasa de tu cara. Sean meros tópicos o una realidad contrastada lo que se anda diciendo sobre las personas independientes y el miedo a tenerlas como pareja, tenemos varios motivos por los que deberías aspirar a encontrar una pareja que tenga independencia. Sea hombre o mujer, aquí van algunas ventajas:

Tienen más cosas que contar

Una persona que no vive por y para ti tendrá mil cosas para contarte cundo llegue a casa, después de estar con sus amigos o de jugar a fútbol o a pelota vasca o de tocar el piano o el ukelele o de estudiar arameo o de salvar al mundo de una Tercera Guerra Mundial (ok, tampoco hace falta que te eches de novio a James Bond). Es realmente aburrido estar con alguien que vive por y para ti, te retransmite su vida insulsa por Whatsapp y aún pide que le cuentes tú la tuya aunque te sea muy difícil porque, joder, cuesta mucho estar viviendo y contándolo a la vez.



Suelen ser menos controladores

El tema de los celos y el control de la pareja es un bucle sin fin. Cuanto más celosa y controladora sea tu pareja, más te agobiará y te hará querer escapar y, probablemente, eso te hará desear a otras u otros con más fuerza y eso al mismo tiempo alimentará sus celos, porque es controlador pero no tonto y se te ve a la legua, piltrafilla (¿esta palabra queda muy antigua?). Decía que una persona independiente tiene muchas cosas más interesantes que hacer y pensar antes de ponerse a desconfiar de aquel pibón que has agregado al Facebook o qué estabas haciendo durante aquellos cinco minutos que pasaste sin responder al Whatsapp después de leer el mensaje con doble-check azul y todo.



Tal vez entre el café con sus amigos del doctorado y la cerveza con su ex colega de trabajo que ha vuelto de Asturias o bien entre la práctica de yoga y el ‘spinning’, tal vez ahí, a lo mejor, se cuela un “¿Qué tal, amor?” que valdrá su precio en oro. Y hasta entonces, podrás hacer tu vida libremente y sin sentir la presión y la culpa de estar haciendo mal por no estar retransmitiendo tu vida en ‘streaming’ a otra persona.

Su tiempo vale oro

Es verdad que tiene su gracia eso de pasar un montón de horas con alguien durante días porque tenéis tiempo para estar juntos y daros cariño, sexo, atención y lo que haga falta… Pero cuando alguien está siempre disponible para ti y no existe ningún tipo de impedimento para que hagas ‘chas’ y aparezca a tu lado, como decía la canción, la cosa pierde un poquillo la gracia. Ahora bien, aquella persona que tiene centenares de cosas en su cabeza y otras tantas ocupaciones, cuando llega a tu casa tendrás la sensación de que la mismísima reina de Inglaterra te ha hecho un hueco en su agenda y te sentirás el ser más afortunado del mundo.



En verdad no puedes elegir

Bueno, va, de acuerdo, tal vez todas estas ventajas que te acabo de exponer son fucking bullshit en la vida real, en la que muchas veces cuando estás ‘bobaliconamente’ enamorado lo único que quieres es estar 24 horas con la persona que amas. Pero por si no te has dado cuenta a estas alturas, yo te lo cuento: es casi imposible elegir a qué tipo de persona amar, así que si te toca una que es tan independiente que tiene hasta un Estado propio, mejor ver las cosas buenas y aprovecharlas que estar fustigándote el día entero porque no la ves, ¿no?

viernes, 4 de marzo de 2016

Breve Estudio Formal De Los Apelativos Cariñosos En Pareja

Sinceramente, en el único caso en que estaría justificado un cambio de nombre dentro de una relación formal es si te llamas Angustias. En todos los demás, sugiero una prohibición total al hecho de tener que responder cuando alguien decide que te cambia el nombre para utilizar toda clase de apelativos que más que cariñosos suenan vomitivos. A continuación, y después de haber hecho un análisis que me ha llevado 32 años de vida, una pequeña muestra de cada uno de estos diabólicos motes utilizados en pareja. 

Cari

Hay muchos caris en Mango, Zara, Bershka y en todo el grupo Inditex. Hay caris también en los grupos de amigos, en la familia o en el supermercado. Un montonazo de caris repartidos por el mundo. Sin embargo, los caris más profundos, los más verdaderos, los que culturalmente están más arraigados son los que se forjan dentro de la pareja. Estas personas llevaron Alpha en el 99 y siguen escuchando las “cantaditas de los 2000“. Es gente que difícilmente puede desprenderse de un pasado que les perturba y en la actualidad han entrado en un bucle del que no pueden salir. Otros términos utilizados: chiqui, churri y todo lo que empiece por ch.

Amorcito

Los que se llaman amorcito y todo lo que acaba con el sufijo -ito son los que programan viajes a Roma para sellar su amor con un candado en el puente Milvio. Escuchan a Alborán, Manuel Carrasco, Andrés Suárez y otros cantautores que invitan al suicidio. Suelen ser personas muy comprometidas con el ideal del amor romántico y son propensos a la diabetes por tanto exceso de glucosa. Gráficamente, sería algo así:



Gordo

Descomponiendo los roles, y después de haberme tirado muchas tardes calculando la estadística, el resultado me llevó hacia dos vertientes. Uno: que curiosamente el 92% de los que se llaman gordos entre ellos están delgados; y dos: que el otro 8% están gordos de verdad. En este último caso, la evidencia pública genera momentos muy incómodos, sobre todo cuando hay Donuts de por medio.



Parienta

En el diccionario garrulo del siglo XXI, el término ‘parienta’ está extendiéndose y parece que nadie hace nada por impedir la catástrofe. A este grupo de indigentes del amor que no suelen superar los dieciséis años, los encontrarás robando wifi en la puerta de los centros comerciales, combinando cien colores distintos en sus zapatillas y gorras y bailando dembow sin los auriculares puestos.

 Chochete

¡Arriba los chochetes! ¡Arriba la gente que sin ningún pudor se llama chochete y el mundo les sigue pareciendo igual de bello! Las parejas que hacen uso de este apelativo se caracterizan por ser majas y divertidas, de esas que si se tienen que montar un pollo en público lo gozan y lo viven porque el amor es eso, gritarse muy fuerte y luego quererse como si nada.


Zorrón

Una vez se lo escuché a una pareja y nunca más volví a encontrar una muestra de afecto similar. Sí que es cierto que en la Historia el uso de insultos como muestra de cariño está sociológicamente aceptado. Véase por ejemplo el llamarse putis entre amigas, guarrona y adjetivos similares que son puro amor. En este caso, me pareció maravilloso llamarse zorrones a la cara y aquí paz, y después gloria. 

Curriscuchis

En última instancia, están los que tienden a complicarlo todo. No vale con ponerlo fácil y llamarse como el resto, estos son los que realmente innovan en el arte de los apodos. Para que nadie les robe este nuevo planteamiento que se han atribuido, se inventan seudónimos largos, complicadísimos e impronunciables para alardear de creatividad y capacidad de inventiva. Los encontrarás llamándose curriscuchiquituli, bomboncito rellenito de chocolatito, florecilla libre de campo y cositas así. Son, quizá, la nueva Generación del 27 pero de este siglo. Artistas de la inspiración cuyo futuro está orientado a la creación de una grandísima obra literaria.



Otros que están dentro de este artículo pero que se quedan fuera del análisis y son igual de mortuorios: flor, perla, cielo, dulce, joyita, osito, pilillila, bebé, peque, enana, dulce, bombón y caramelito. ¿Para qué llamarnos por nuestro nombre teniendo toda esta maravilla de posibilidades?