“Al aparecer el más leve síntoma, por ejemplo, un labio agrietado, de inmediato llego a la conclusión de que esto indica que debo tener un tumor cerebral, en una ocasión, incluso pensé que tenía el mal de las vacas locas”, Woody Allen dixit. Parece una frase sacada de una de sus películas pero es lo que el director reconoce al hablar de su hipocondría. Como él, mucha gente vive angustiada con que hoy podría ser su último día.
Ruidos extraños en nuestro estómago, dolores de cabeza, taquicardias… ¿Son síntomas de una enfermedad o simplemente sensaciones corporales que todos hemos sentido en algún momento? Si no estás seguro y a la mínima buscas en Google ‘síntomas de…’ porque piensas que de esta no sales, igual tienes un problema que se te puede ir de las manos.
“La persona con hipocondría tiene un miedo excesivo a tener enfermedades graves”, define a grandes rasgos Ana Gutiérrez, psicóloga clínica. Pero no solo está obsesionada con las enfermedades, sino también “con la muerte y con tener que depender de otras personas”, añade.
Según el DSM (Manual de Diagnóstico Psiquiátrico que contiene una clasificación de los trastornos mentales por la que se rigen psiquiatras y psicólogos clínicos) la hipocondría se cataloga como trastorno de síntoma somático. Pero ¿cómo diferenciar a un quejica de un hipocondríaco? ¿Cuándo fijarse tanto en lo que sentimos se convierte en un problema psicológico?
No hay un perfil muy definido. “Afecta tanto a hombres como a mujeres, pero en general se desarrolla a partir de los 25-30 años”, aclara Gutiérrez. Y suele ocurrir en familias que han dado mucha importancia a la enfermedad, magnificando de forma desproporcionada cualquier problema de salud. “¿Que el niño no juega? Estará enfermo”, apunta Gutiérrez, y así “se genera una alarma cuando en realidad no la hay”.
Una persona hipocondríaca vive en un bucle que pasa por las siguientes fases:
1. Esto no me pasaba ayer
“Fijarse tanto en un lunar y pensar que tiene una pinta malísima y seguro que deriva en un cáncer” es un comportamiento habitual que Ana Gutiérrez se ha encontrado en su consulta como psicóloga.
El hipocondríaco se preocupa en exceso por la salud, hasta tal punto que no descansa hasta que “descubre” que tiene algo. El enfermo en potencia repasa cada síntoma imaginario -que para él es totalmente real- y va creciendo la sospecha de una futura enfermedad, por lo que decide acudir al médico.
2. Obsesión por transformar sensaciones en síntomas
Somos humanos, no robots. Y el funcionamiento del cuerpo humano conlleva una serie de sensaciones que son inherentes a las funciones corporales y, por tanto, totalmente normales: todos podemos captar los latidos del corazón, movimientos peristálticos, sudoración, etc. Para el hipocondríaco, todas estas sensaciones pueden ser interpretadas como síntomas de posibles enfermedades.
Ana realiza una prueba en su consulta. “Si yo le digo a la persona hipocondríaca ‘fíjate en tu codo derecho’, al cabo de dos minutos, algo está sintiendo en su codo derecho. Y si le pido que se fije en sus latidos del corazón, al final dejará de respirar para concentrarse en escuchar su propio latido, con lo que su ritmo cardíaco va a alterarse y ese cambio lo interpreta como un síntoma de enfermedad”.
3. Pruebas y más pruebas
Después de autoanalizarse hasta la saciedad, el hipocondríaco acude al médico -en muchas ocasiones con “una lista de posibles enfermedades esperpénticas que cree tener, extraída de Internet”- para que confirme su autodiagnóstico, relata Ana. El facultativo seguramente, tras descartar mediante pruebas médicas cualquier patología, le quitará hierro al asunto y con un “será psicológico” dará por zanjado el tema.
4. Nadie me entiende
Tras pedir una segunda opinión (a veces incluso una tercera o más) lo curioso es que, aún con la confirmación médica de no padecer ninguna enfermedad, el hipocondríaco no respirará tranquilo, es más, desconfiará de los médicos y seguirá empecinado en que los síntomas que describe derivarán en una terrible enfermedad. Y vuelta a empezar.
Cuando esta preocupación excesiva por la salud “salpica a la vida social, laboral o al desarrollo normal del día a día de la persona” hay que empezar un tratamiento, apunta Ana. En general es algún familiar el que ve que está metido en un bucle ilógico y convence a la persona para ir al psicólogo.
Se inicia entonces un tratamiento para desensibilizar los síntomas. Por un lado, hay que desactivar el pensamiento de que cualquier sensación física va acompañada de una sintomatología de enfermedad. Y por otro, mediante técnicas de exposición y aproximaciones sucesivas se va forzando a los pacientes a fijar jerarquías de más a menos sensaciones de miedo. “Es un trabajo de desaprender: que alguien que se fija tanto en sus sensaciones corporales aprenda a fijarse en ellas pero precisamente para distinguir que es una sensación completamente normal”, explica la psicóloga.
En los últimos años Ana ha aplicado una terapia de tercera generación llamada EMDR (desensibilización y reprocesamiento de la información a través del movimiento de los ojos) con una efectividad “mucho más rápida”. La técnica consiste en conectar con una serie de movimientos el hemisferio izquierdo y el derecho accediendo a los traumas que se encuentran en el origen de esta enfermedad.
Lo importante es reconocer que se necesita ayuda, pedirla y tener la voluntad de ir entrar en las causas psicológicas que provocan la hipocondría para poder dejarla atrás.
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