¿Son las diez y media de la noche y te entra ansiedad cuando no te contesta al enésimo “te quiero tanto, mi vida…”? ¿Te sabes de memoria todas sus fotos de Facebook –con sus correspondientes comentarios— desde el principio de los tiempos? ¿Le das los buenos días antes si quiera de quitarte las legañas? ¿Te parece que una ruptura te llevaría un perpetuo e insoportable agujero negro de angustia y desazón a tu vida? Pues entonces, sí, va a ser que lo tuyo no es amor, sino dependencia emocional.
Hay muchas señales para identificar que una relación no es sana. Y muchas veces, por desgracia, se confunden. Casi nadie dependiente piensa que sí que lo es. Puede que vea una relación de otro y piense “joer, pobres, es que vaya dependencia”. Pero la suya, no. La suya es amor intenso, admiración, ganas de estar con el otro, y bueno, sí, quizá algo de celos de vez en cuando, pero ¿quién no es celoso alguna vez; eh?, ¿quién no?
Lo cierto es que hay cosas que no son normales. Lo mires por donde lo mires. No es normal sentir que la vida pierde sentido sin el otro. (No, no lo es, en serio). No es normal querer controlar al otro de manera obsesiva para así tener la seguridad de que nunca lo vas a perder. Y tampoco es normal sentirse hundido si el otro se enfada contigo o traicionado cuando dice que le apetece cenar con sus amigos sin ti. Y contar el tiempo que queda para volver a verlo cuando estás merendando chocolate y crepes con tus amigas un domingo por la tarde no es normal. Repite conmigo: no es normal.
Y esto nos lleva a la madre de todos los corderos: buscar una relación equilibrada sin ser una persona equilibrada es harto complicado. Y es por eso que las relaciones dicen siempre más de nosotros que de la otra persona. Nosotros elegimos. Aunque tus amigas piensen que es él, que quiere que estéis siempre juntos; aunque tus amigos te vacilen porque la llevas a todos lados. Lo cierto es que quien lo hace eres tú. Quien necesita sentir ese cariño permanentemente eres tú. Y quien se está construyendo un muro alrededor de sí mismo eres tú mismo.
Lo curioso es que aunque los dependientes quieren pasar juntos todo el tiempo posible, estar en permanente contacto, muchas veces lo proclaman a los cuatro vientos. Nos incluyen a todos en ese amor tan hondo, tan para siempre con el que han sido bendecidos. Yo, por ejemplo, tengo un primo segundo que da vergüenza ajena y que no lee Código Nuevo, espero. El caso es que el tío pone cada día dos o tres fotos en el Facebook con su novia.
Se dan los buenos días públicos llenos de besos cibernéticos y faltas de ortografía. Suben una foto cuando duermen la siesta juntos, perro-patada mediante, y alguna declaración de amor antes de dormir. Y lo hacen todos los días. Sí. Todos. Entre foto y foto nos hemos comido el aniversario de su primer mes de relación en la bolera, los tres meses en la pizzería del centro comercial y las veinte semanas tomando paella y jugando a las cartas en el pueblo de su abuela.
La cuestión no es esta pasión alocada e incontenible cibernéticamente que le ha entrado, que también. La cuestión es que hace siete meses, con su anterior novia, era lo mismo. Y hace año y pico, con la de antes –esa sí que iba a ser para siempre-, la historia se repetía. Siempre juntos. Amor eterno. Mi vida por ti. Sin ti no soy nada. Y no sigo, que me enciendo. Como para no silenciarlo está la cosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario