Las estratagemas. Esas malditas estratagemas que todos hemos urdido cuando estábamos conociendo a alguien. Que si le he escrito y ha tardado en contestar, que si nos acostamos y ahora no me llama, que si le hablo ahora va a pensar que estoy desesperado… Al final se nos va la energía intentando esconder lo que sentimos, incluso el mero hecho de que tenemos sentimientos, todo para aparentar indiferencia, esa ansiada indiferencia.
Quedamos con alguien y lo pasamos bien. Nos reímos, la conversación fluye, tenemos cosas en común. Puede que incluso haya sexo de por medio. Hay compenetración. Pero nos volvemos a casa y nos hacemos los indiferentes, como si no nos hubiese importado. Nos da terror pensar que la otra persona no haya sentido lo mismo y que al ponerle nuestros sentimientos en bandeja, nos los aplaste como si fueran una vulgar cucarachilla.
En definitiva nos da miedo parecer vulnerables, que nos rechacen, que se nos enciendan las mejillas de la humillación, la vergüenza, el ridículo, que todo el mundo sepa que no fuimos suficiente para esa persona, porque de ahí deducimos que no valemos lo suficiente en general. Nos miramos en el espejo y nos decimos: “claro, cómo le voy a gustar si…” Y resbalamos por ese bucle machacón de la falta de autoestima.
¿Pero qué pasaría si nos quisiéramos a nosotros mismos? y el hecho de que a una persona no le hayamos gustado signifique solo eso, que no le hemos gustado y punto. Le presentaríamos nuestros sentimientos en bandeja y recibiríamos su negativa con una sonrisa, le daríamos las gracias por su sinceridad y nos iríamos por donde hemos venido. Evitaríamos este juego absurdo de “me das igual”, “pues tú a mí más”, de esconderte para que no te hagan daño, de herir al otro para que no te hieran a ti.
Además, si le dijéramos honesta y abiertamente a alguien “me lo he pasado muy bien contigo, me gustas y me gustaría volver a verte”, la otra persona, aunque no sienta lo mismo, tendrá tendencia a ser más considerada y a darnos una respuesta. En cambio si nos hacemos los indiferentes para que no crea que nos importa, pensará que realmente no nos importa y actuará con indiferencia haciéndonos daño sin darse cuenta.
Claro que todos hemos experimentado en este tipo de situaciones que cuando decidimos pasar página y dejamos de darle tanta atención a alguien, es precisamente cuando más caso nos hace a nosotros. Es humano y por eso se ha convertido en una frase hecha lo de que “nos damos cuenta de lo que tenemos cuando lo perdemos”. Pero, ¿no es una manera primitiva de interactuar? ¿No nos gustaría madurar emocionalmente y apreciar como se merece a la gente que tenemos a nuestro alrededor y nos quiere?
Tal vez la próxima vez que se nos haga un nudo en el estómago estando delante de una persona, en vez de esforzarnos por disimularlo, nos lancemos a la piscina y lo expresamos abiertamente. Independientemente de si hay agua o no, habremos ahorrado tiempo y energía, habremos sido auténticos y honestos y habremos dejado de fingir indiferencia, esa maldita indiferencia.
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