Una forma de expresión, un símbolo de identificación. O incluso un estilo de vida. El tatuaje no es sólo una moda; la expresión del arte sobre la piel supone para muchos el reflejo de la filosofía rebelde, contestataria, una forma de expresar visualmente las convicciones y una manera de integrarse o, más bien, de ponerse frente a frente con la sociedad. Y, desde luego, no son cosa de hoy: los primeros indicios de la existencia de tatuajes se descubrieron en una momia glaciar de 5.300 años, en la que se encontraron más de 50 rayas dibujadas en la espalda y en las piernas resultado, probablemente, de un ritual.
Ahora bien, mucho ha cambiado la película desde entonces. El tatuaje ha sido utilizado en la historia como símbolo de humillación o de control social (como sucedió durante el nazismo), pasando luego a usarse únicamente como protesta en la época punk y convirtiéndose casi en un complemento de moda en la actualidad. Aunque estas dos últimas tendencias todavía coexisten, y es muy diferente el valor que aportan al tatuaje aquellos que lo ven como una moda que los que lo tienen como estilo de vida. Porque algunos dicen que todo el mundo puede tatuarse, pero ir tatuado de verdad no es para todo el mundo.
Tamy trabaja en el estudio Saint and Sinners de Madrid, en el que recibe a todo tipo de clientes, desde los que quieren hacerse un pequeño dibujo con un significado personal, para recordar un acontecimiento o porque les apetece dibujarse algún detalle que les dé personalidad, hasta los que llegan a ser ‘coleccionistas’ de tatuajes. “Algunos de nuestros usuarios llevan dibujos de muchas partes del mundo. Buscan a los mejores en convenciones nacionales e internacionales y convierten su cuerpo en un lienzo para distintos artistas”, explica Tamy.
“Yo prefiero que sea así, que cualquiera tenga la suficiente libertad para hacer lo que quiera con su piel. Antes, llevar tatuajes estaba muy mal visto, y ahora quien más quien menos puede hacerse uno y llevarlo con orgullo”, comenta Tamy. Y completa: “el tatuaje es un arte y, como tal, debe estar al alcance de todos sin condiciones, sin que eso suponga restarle valor. Así es como la creación artística de hace grande, no delimitándola”.
Y, ¿qué dice la ciencia al respecto? Son muchos los estudiosos que se han dedicado a analizar qué pasa por la mente de alguien que quiere hacerse un tatuaje, para poder establecer patrones de conducta y definir los ‘perfiles del tatuado’. Los investigadores alemanes Aglaja Stirn y Elmar Brähler publicaron un análisis en 2006 que establecía que los individuos con modificaciones corporales como tatuajes se consideraban a sí mismos más individualistas y fuertes. Otro investigador, Thomas Kappeler, concluyó en otro análisis publicado el mismo año que las personas tatuadas tienden a buscar sensaciones más extremas, más intensas y potencialmente peligrosas. En la misma línea fue el texto publicado por la Universidad de Columbia Británica de Vancouver en 2005, con una muestra de 280 estudiantes, que concluyó diciendo que las personas tatuadas suelen estar más abiertas a nuevas experiencias.
Porque, normalmente, la esencia sigue siendo la misma: “los tatuajes sirven tanto para plasmar la individualidad como para sentirse parte de un grupo pero, por lo general, mantienen ese componente de protesta y reivindicación, como una forma de decir que mi cuerpo es mío y puedo hacer con él lo que quiera”, explica la psicóloga clínica Marta Lorente. “Y también aportan un gran componente de refuerzo. Todos nos movemos y nos construimos según el refuerzo que obtenemos de los demás y, haciéndote un tatuaje, fortaleces ese sentimiento de pertenencia a un grupo”.
Tal vez por eso dicen que enganchan. Los amantes de los tatuajes no suelen conformarse con uno, y terminan decorando su cuerpo con varios dibujos en distintos sitios. En este caso, es el cerebro el que nos da los motivos: un tatuaje suele suponer una liberación, fruto de una reflexión. Hemos estado pensando el modelo, valorando el lugar en que hacérnoslo, hemos tenido que “atrevernos”. Por eso, cuando nos lo hacemos, nuestro cerebro nos recompensa con la segregación de diversas hormonas como la dopamina, que nos aporta una sensación de placer. “Con el tatuaje conseguimos sentirnos más auténticos, más interesantes, y de ahí que aumenten las posibilidades de repetir la experiencia buscando las mismas sensaciones”, asegura Marta Lorente.
Por eso son filosofía para tantas personas. Porque dicen lo que queremos, porque expresan nuestro modo de vivir, porque muestran al mundo que no nos conformamos. Porque plasman en nuestro cuerpo la misma voluntad que tenemos cuando elegimos una joya o una camiseta. Porque nos hacen sentirnos genuinamente libres.
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