Debo confesarlo: me brillaron los ojos en todo ese viaje sobre la eternidad y la inmortalidad hecho por Maite Abascal en este texto, sin duda porque considero interesante la idea de poder vivir sin fecha de vencimiento, sin terminar podrido como una fruta.
¿Me gustaría vivir eternamente? Aún no puedo responder esa pregunta tajantemente, pero Maite mencionó de manera muy firme que ella haría desaparecer el dolor de su vida, y eso es lo que traeré a reflexión, porque si bien es cierto que el dolor apesta, debemos considerar si es necesario sentirlo o no.
¿Para qué rayos sirve el dolor? Si superficialmente nos concentramos solo en lo negativo, responderemos que absolutamente para nada. Nadie quiere llorar, nadie quiere gritar de dolor ni sentirse defraudado, engañado y mucho menos sentir que su vida corre peligro; porque el dolor es así: una señal de alarma. Es despreciable, es fastidioso e indeseable; el dolor es ese enemigo que nadie quiere tener, pero el ser humano lo necesita. Puede sonar masoquista la teoría de que “el dolor sea necesario”, porque se trata de algo malo, que nos hace daño, que nos agobia; ¿por qué podría ser considerado positivo?
Las personas disponemos de mecanismos, de medios para identificar lo que nos rodea, reconocerlo y aprender de nuestro entorno. Podemos ver, tocar, oír, oler y saborear lo que nos provoque a fin de concluir si nos gusta o no. Los sentidos permiten eso, pero son las sensaciones de placer y dolor las que nos permiten saber si lo que estamos percibiendo está bien o mal. El dolor es el mecanismo para reconocer si lo que estamos haciendo es correcto o no.
Por ejemplo, pensemos en uno de los casos planteados por Maite: nos despedimos de alguien a quien amamos. ¿Cómo podríamos saber que realmente la queremos y la extrañaremos si no experimentamos la pérdida? Si bien es cierto que en la vida el hecho de querer tener a una persona a nuestro lado podría ser señal de que la queremos, las personas aprenden más en el fracaso que en el éxito. El dolor es precisamente esta forma de “fracaso” que nos ayuda a diferenciar entre lo bueno y lo malo.
En una vida condenada solamente al placer y nunca al dolor, y digo condenada porque así sería, terminaríamos experimentando placer en el dolor aunque no lo estemos sintiendo. Nada nos detendría en el plan de querer hacerle daño a alguien o a nosotros mismos, pues al no haber dolor cualquier desgracia sería un gusto. Lastimaríamos sin dudar, atacaríamos sin pensar en las consecuencias y ni imaginar lo que le haríamos a nuestro propio cuerpo o a nuestros sentimientos.
El dolor sirve de luz roja hasta para el respeto, porque no les hacemos a otros lo que no queremos que nos hagan a nosotros. El dolor protege nuestra integridad física y mental al permitirnos saber cuándo vamos por el camino errado. No sentirlo sería equiparable a hacer cosas que no están bien bajo el escudo de que nadie nos está viendo. Son muchos quienes suelen decir que se atreverían a hacer todo tipo de cosas si pudiesen ser invisibles, incluidas la inmoralidad y el irrespeto; y si el dolor no existiera sería como tener esa manta de invisibilidad de Harry Potter.
Anda, pínchate con las espinas de amor, quémate con el fuego de una separación y no le temas al malestar de una decepción, porque el dolor molesta por un tiempo pero el aprendizaje es su retribución.
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