Lo más difícil de vivir en sociedad es precisamente eso, vivir en sociedad. Si te sientes un inadaptado no significa que tengas algún problema psicológico, necesites ayuda o tratamiento; de hecho, es muy fácil no sentirse identificado con nada de lo que ves a tu alrededor, de lo que vives y con quienes compartes este mundo.
Parece que un monstruo invisible, que nadie conoce y que nadie puede ver, ha utilizado sabiamente en nuestra contra la supuesta necesidad que tiene el ser humano por sentirse “aceptado”. Han repetido incansablemente que el hombre no es una isla, sino más bien una comunidad, y sobre esa ridícula idea la vida en sociedad se ha convertido en una cárcel. Si observas tu entorno te darás cuenta de cómo la mayoría se comportan igual, como si todos fuésemos esos famosos robots de la película “Yo Robot” con Will Smith.
Recuerdo haber leído una vez que la razón por la que las personas aplauden de manera automática cuando se encuentran en multitud representa una muestra de la “necesidad” de inclusión. Lo hacen para encajar, para no verse como los raros o los apáticos. Estoy seguro de que esto también pasa cuando asientes ante algún comentario que hace otro, si los que te rodean asienten primero que tú. Es nuestro instinto más animal el que nos lleva a actuar así.
Nada más pensar que nuestro mundo pueda convertirse en esa terrible idea planteada en la película “El hombre de acero”, donde el planeta Kripton, del cual viene el súper héroe, no es más que una gran comunidad socialista donde cada vida le pertenece al “todo” es lo que me motiva a hacerte esta invitación: no dejes que un estúpido te lleve a su terreno, tráelo al tuyo.
Con esta idea no pretendo que seas el típico necio que solo lleva la contraria por llamar la atención y que cuando le piden una justificación no sabe qué responder o lo hace diciendo algo absurdo. Esta es una invitación a que controles tus impulsos, esos que te hacen actuar como uno más de la manada y no como el ser pensante, independiente y libre que tan orgullosamente puedes ser.
Vive conscientemente de tus intenciones y pule tu ojo clínico para reconocer las de otros. Aunque en el mundo abunden los tontos que actúan por estímulo-reacción, la práctica diaria los hace expertos en ello y sin siquiera saberlo, eso les da el poder para influir sobre otros. Te traerán a su terreno en la menor muestra de desorientación que perciban en ti.
Los mejores ejemplos de estos casos vienen intrínsecos en comentarios como “aún no te has graduado”, “aún no te has casado” o “aún no tienes hijos”. Quieren que hagas lo que ellos y todos sus repetidos compañeros de sociedad consideran “correcto” o “normal”. También es típico que te aborden con manipulaciones como “pero si eso lo dijo tal persona, él no es cualquiera” para otorgarle autoridad a quienes tienen poder de influencia sobre ellos.
Trae a ese estúpido a tu terreno. Demuéstrale que piensas por ti mismo, guiado por tu propio criterio y no te dejes intimidar por la peligrosa creencia de que “si lo dice, cree o piensa la mayoría entonces debe ser cierto o correcto”. No es la cantidad lo que determina quién tiene razón o quién dice la verdad, es el pensamiento libre, objetivo y concentrado, y eso no es algo colectivo: es totalmente individual.
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