“No me gusta la verdura y ya está”. ¿La has probado? “No, pero sé que no me gusta”. ¿Te suena este tipo de conversación? Yo la he vivido en multitud de ocasiones en mi casa, en reuniones familiares, con amigos… Fue precisamente en casa de un amigo, hace unos días, que me encontré con ella. La cuestión es ¿por qué no nos gusta la verdura o por qué hay ciertas caras y personas que a simple vista no nos caen bien? La respuesta es clara y sencilla: simplemente, hemos elaborado un juicio previo en el cual alcanzamos la conclusión de que algo determinado no nos gusta, lo que viene a llamarse prejuicios. Sí, todos hemos oído hablar de ellos, pero no todos somos conscientes del daño que nos hacen a nosotros mismos.
“Qué tipo más raro”, “Este es un cabrón seguro”, “Esta tiene una pinta de guarra”… Es increíble la capacidad que tienen muchas personas de “conocer” a una persona con solo verla. Hace unos meses estuve en un proceso de selección en el que nos entrevistaban a varios candidatos a la vez, imaginaos mi impresión cuando el “entrevistador” nos dijo que nos había mirado a la cara y sabía quiénes eran los mejores trabajadores de los que estábamos ahí reunidos; ¡solo con vernos la cara! Alucinante, yo quiero aprender ese arte…
Es muy frecuente que todas las personas, cuando llegamos a un entorno nuevo, tratamos de acercarnos a aquellos que pensamos tienen mayores similitudes a nosotros, por lo cual nos fijamos en la ropa, posición corporal, tono de voz, actitud… Ya que consideramos que son personas con las que congeniaremos mejor. Es decir, desde un principio estamos prejuzgando a las personas que nos rodean únicamente por cuestiones externas.
Los prejuicios no se quedan solo en la observación de las personas y en elegir con quién creemos que nos puede ir mejor. Los prejuicios pueden afectarnos profesionalmente. Una amiga mía periodista, cuando hablaba con ella acerca de escribir sobre los prejuicios, me abrió los ojos sobre este tema cuando me comentó: “Cuando estudié periodismo me dije que jamás haría prensa escrita, que era aburrido… Y mira, ¡aquí me tienes como editora más feliz que Ricardito!” Y la verdad es que lo es. ¿Qué habría sido de esta amiga si sus prejuicios (la prensa escrita es aburrida) le hubieran impedido dar una oportunidad a la prensa escrita? Posiblemente no habría llegado a ser editora. Solo tuvo que darle una oportunidad…
En el día a día nos aferramos a ideas preestablecidas, nos negamos a afrontar situaciones, a conocer a nuevas personas, ya que tenemos miles de razones para mantenernos al margen de ellas. No nos es necesario realizarlas y es más fácil prescindir de ellas. Descartes, al hablar de los prejuicios, lo hace con estas palabras: “Los viajes sirven para conocer las costumbres de los distintos pueblos y para despojarse del prejuicio de que solo en la propia patria se puede vivir de la manera a que uno está acostumbrado”. Hagámosle caso a Descartes, deja de aferrarte a tus ideas preestablecidas, atrévete a conocer gente nueva, no dejes que pase un día sin aprender, probar o conocer a alguien nuevo. Pero sobre todo, haz caso a tu interior. Si llenas tu vida de prejuicios la verás en blanco y negro, ya que son tus colores preestablecidos. Atrévete a ver la vida a todo color, empápate de la sabiduría y la riqueza que te aporta el que para ti es diferente. Crece y conviértete en mejor persona. Disfruta cada momento, de cada persona con la que te cruzas, agarra las oportunidades y haz que tu vida sea completa y se enriquezca. Ghandi decía: “Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos”. Abre la mano y comienza a descubrir el mundo que te rodea.
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