La ley del deseo se puede interpretar de varias formas. Pegajosamente, como la serie de Amar en Tiempos Revueltos, o aparentemente de una forma más coherente, con la ley de la atracción. Bullshit. El deseo es una cosa y el amor otra. En todo caso, el primero contribuye al segundo, pienso en este momento, a día 30 de enero, a mis 26 años. Pero, jamás, el deseo se puede camuflar con un ‘te quiero’. Si hay una cosa clara es que el deseo es cosa de dos, y hay que currárselo. Ahí voy, pero, antes, aviso a navegantes: quien no esté dispuesto a recordar las bajezas más bajas de todo ser humano, tiene permiso para abandonar la sala.
La Ley del Deseo es una gran película, menos aclamada por los medios, de Almodóvar. Allí se plasma la ironía de la vida, el juego duro de las relaciones, de una manera cruda, pero, tal vez, más cercana. Yo amo esta cinta, igual como amo al deseo. Amo al deseo, me gusta esto, y veo en esta especie de oxímoron toda la lógica -como sabían estos griegos, ¿eh?-. Y lo necesito, mi cuerpo también. Y no soy menos humana, ni estoy más amargada por no confiar en el amor. Soy más racional. Sí. Ley de supervivencia, supongo.
¿Quién se cree que una relación funciona sin sexo? Además de con cierto grado de envidia convertida en admiración hacia el otro, y un compromiso pactado entre los dos implicados (o los tres, o los cuatro), dicen los psicólogos. Porque yo, Dios o quien sea me libre, no ocupo esta profesión, con todos mis respetos.
Por favor, cuánto daño sigue haciendo a algunas personas Pablo Neruda, al que apenas he leído. Y cuánto hicieron las barbies y las paredes rosas de las habitaciones, y el vestido de marinerito. Los tiempos modernos han avanzado, porque así lo han hecho las personas.
Separaciones que fortalecen
¿Estar todo el día juntos apaga el amor? Si hablamos con propiedad, más bien diríamos que lo que se carga fulminantemente es el deseo. La convivencia es una prueba de fuego, por la que se ha de pasar, pero esa es otra camisa de once varas en la que no sé cuándo me meteré. No quiero saber por qué, aunque una de mis teorías es porque el ser humano es eternamente insaciable ergo caprichoso, pero deseamos lo que no tenemos. O lo que no vemos. Chico, una habitación para cada uno, y se acabó el problema.
Echar de menos, pero, ojo, saber esperar al momento es respeto, amor. Para mí, está claro que hablo en primera persona, y si sueno tan fuerte a través de mis palabras es por convicción. Lo que no es sano es volcarse, lo que sería dependencia, ni una discusión eterna que desgaste -aunque, oye, si se hace con “placer”, como dice el refrán, “entre un hombre y una mujer, nadie se puede meter”-.
El amor es una guerra que ha de sumar
Ya ha quedado clarito que, si las palabras se las lleva el viento, el deseo puede volarse cuando menos te lo esperes, cual calcetín sin pinza. Respeta los espacios de la otra persona, ten tus propios secretos, discute. Joder, ¿tan difícil es entender que eso va a dar un empujón a la relación, que va a ser refrescante? Pero recuerda que, si es un equipo, a veces ganará uno, y otras, el otro. Porque el quién tiene razón también es cosa de dos. Y sumar los te quieros es absurdo. Las verdades absolutas se deberían haber abolido con la esclavitud.
Al final, me ha quedado más ñoño, milenario. Debe de ser que canalizo el amor que mamé de Disney a través de la escritura. O que estoy queriendo siempre. O igual que tengo algo de este tipo de mujer que describió mi compañero, aquella que destroza esquemas, y que te sorprende y te hace crecer cada día, aunque tú no lo veas. Y en esta línea de siempre diré que siempre he pensado lo mismo, y confío en ello, porque lo veo reflejado en las parejas que funcionan. Sabes que, el que más te quiere, aparecerá cuando realmente te haga falta. O así debería ser -bórralo de tu lista, si no-.
Míralo desde el punto de vista del juego sano de la seducción, que acaba bien. Un juego en el que, si empiezas o te involucras, has de controlar. Porque muchas veces, la imaginación trae de vuelta fantasmas, o dibuja nuevos. Y eso solamente tiene un nombre: dramón. Yo no quiero entenderlo así. “Además, no te pega”, como me dijo un amigo una vez. Gracias por el piropazo.
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