Y así fue como el valiente príncipe de ojos azules y brillante sonrisa llegó en su blanco corcel a rescatar a la princesa: con un beso de amor verdadero rompió la terrible maldición y vivieron felices para siempre.
Qué inolvidables aquellas antiguas historias en las que princesas se despiertan de sueños eternos que se escondían en la punta de una rueca o una apetecible manzana roja para encontrar a ese príncipe azul, que con un beso de amor sellaría sus vidas… Menos mal que nosotras, las chicas mileniales, ya no esperamos la llegada de ese príncipe azul.
Ya no hay chica que viva en un ático rodeada de ratones, cociendo un vestido con trozos de tela y admirando a través de la ventana el castillo en el que algún día espera vivir. Ahora nos saltamos la parte del hada madrina, no hay madrastra malvada que nos detenga y nos encaminamos directo a nuestro objetivo con algo mejor que unas incómodas zapatillas de cristal: determinación. Y es que ahora podemos ser abogadas, médicos, diputadas y, si queremos ser princesas, elegimos serlo al estilo Diana de Gales, que fue conocida, más que por su historia de amor, por las grandes obras que hizo para el mundo.
Las dulces chicas con piel blanca como la nieve y labios rojos como las rosas que les cantaban a los animales del bosque mientras limpiaban la cocina se han transformado en mujeres con tacones inmanejables que luchan en las calles para coger un taxi que las lleve a tiempo a actos de graduación, cenas de promoción y entrevistas de trabajo. Hemos cambiado los besos de “amor verdadero” por títulos universitarios y, por supuesto, ya no buscamos casarnos con príncipes recién llegados porque ya no somos princesas, ahora somos reinas, y sí, podemos reinar acompañadas, pero si la compañía es mala, también podemos hacerlo solas.
Bienvenidas al nuevo milenio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario