Tendemos a creer que nuestros abuelos chochean, que se hacen pesados o que se repiten. Muchos se cansan de escuchar las mismas historias una y otra vez, pero lo cierto es que detrás de sus palabras se esconde el amor incondicional de una persona que pasó hambre en una guerra, que sufrió el exilio de un padre o incluso perdió algún miembro de su familia. Lo más probable es que tuviera que salir adelante como fuese, porque tenía hermanos a quienes cuidar y dar de comer o que de muy joven tuviera que empezar a trabajar, cuando ni siquiera había terminado el colegio. La calidez de la mano de la “Yaya” lo arregla todo.
Por eso y por muchas otras cosas, todas esas anécdotas que se nos hacen a veces repetitivas y que provocan que pongamos los ojos en blanco, cuando las vemos en otros abuelos, no sabemos por qué, las recibimos de forma distinta, evocan sensaciones diferentes. ¿Por qué no somos capaces de darnos cuenta de la importancia de sus palabras hasta que no lo vemos en otros? No hay manera, el ser humano parece que solo reacciona cuando, desde fuera, ve cómo suceden las cosas sin que le estén ocurriendo a él directamente. Como un narrador externo que no participa pero sí observa y “lo ve todo”.
La sabiduría y el interés por nuestra vida estarán latentes hasta el día en que nos dejen. A pesar de que los tiempos hayan cambiado y parezca que todo gira en torno al éxito, a la competición y al alcance de un objetivo en la vida, nada de esto sería posible sin ellos. ¿Acaso podríamos estar estudiando con personas de diferentes culturas, viajar con total libertad, entrar y salir de nuestras casas, votar, decidir por nosotros mismos si ellos, nuestros “yayos” –que así los llamamos cariñosamente– no hubieran estado ahí (si hablamos de España) en plena Guerra Civil?
Debemos darles las gracias y por eso, por cada logro que alcanzamos, por menos que sea, su ilusión porque las cosas nos salgan bien aumenta por momentos y, aunque creas que no entienden aquello que les cuentas, lo hacen. A su manera, quizás, porque es difícil que compartáis un mismo vocabulario y una misma actualidad, pero contadles qué os ocurre en vuestro día a día. No tienen prisa, tienen tiempo de sobra para escucharos y si os acercáis un ratito, si no puede ser cada día, cada semana, os lo agradecerán. Ellos lo entenderán a su manera y lo contarán de otra cuando vayan a hacer el cafelito de las cinco de la tarde con las “chicas” o los “chicos”, porque se sienten 100% jóvenes en espíritu. Presumirán de nieto o nieta e incluso quizá intenten casarte “porque eres un buen partido”, pero es un mal menor que podrás soportar. No hay nada que enorgullezca más a un abuelo que hablar de sus nietos y eso, siempre y cuando no seas un espécimen digno de “Hermano Mayor”, es precioso y admirable.
Si hay algo que me llega al corazón es oírle decir a una abuela a su nieta: Eres mi vida.
Por los que están y por los que se fueron; por la mano de la que aún sentimos calor y que de tanto en tanto alguien nos lo hace recordar...
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